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miércoles, 22 de agosto de 2018

Siria 2018: Estación Terminal de la Crisis

Por Pablo Sapag M.

No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. En el caso de Siria, su cuerpo de casi diez milenios de historia ha soportado un mal de casi ocho calendarios, hoy en fase residual.

Si se ha estado en Siria a partir de 2011 y los años sucesivos, en este 2018 el cambio se ve y se siente por doquier. Todos los pasos fronterizos con el Líbano funcionan normalmente. También los que comunican con Iraq. El importante cruce de Nassib con Jordania, durante años en manos de grupos armados diversos que solo lo usaban para internar armas, está a punto de reabrir para devolver a Siria su condición de corredor comercial entre los países del Golfo Pérsico y el Mediterráneo, ofreciendo así al país una fuente de divisas imprescindible en este periodo de reconstrucción sobrado de necesidades.

Derrotados los grupos armados en toda la provincia de Damasco y las de Deraa y Quneitra en el sur, más la pacificación del norte de la provincia de Homs y el sur de la de Hama, hoy solo la noroccidental gobernación de Idleb y algunas zonas rurales aisladas concentran la actividad militar. Por eso en Siria las comunicaciones interiores se han recuperado a niveles de pre-crisis.

Entre Damasco y Homs, por ejemplo, el trayecto de 160 kilómetros por la autopista central demora hora y media, igual que antes de 2011. Entre Homs y Hama, separadas por apenas 40 kilómetros, que en los peores momentos de la crisis se hacían en tres horas y media por los desvíos forzados por la presencia de los grupos armados y los daños a la infraestructura, hoy se recorren en apenas media hora.

Y así en buena parte de las ya reparadas carreteras del país, de donde se han levantado la mayoría de los controles o check points, que también ralentizaban el tráfico y generaban otros inconvenientes a unos viajeros para los que moverse de un punto a otro ha sido una tensa y onerosa odisea a lo largo de estos años de crisis que ahora termina.    

Vuelve el turismo local

Solo a la entrada de ciudades que han sido especialmente amenazadas o directamente castigadas por la violencia yihadista, como Sednaya, Maalula o Adra, se mantienen controles de acceso que una vez desaparecida la presencia de los grupos armados, sobre todo buscan ofrecer tranquilidad a sus residentes y cada vez más visitantes.

En Maalula, avanzan los trabajos de reconstrucción de lo mucho que fue destruido cuando entre octubre de 2013 y abril de 2014 fue asaltada a sangre y fuego y posteriormente ocupada dos veces por miembros de Jabhat al Nusra, la marca de la organización terrorista Al Qaeda en Siria.

Aunque se ha ido recuperando ya una parte importante de los daños ocasionados y al menos el turismo local vuelve a fluir para ver los monasterios de San Sergio y San Baco así como el de Santa Tecla y la grieta en la montaña por la que la Santa escapó de sus perseguidores paganos, las muestras del paso de los yihadistas son todavía muy visibles en iglesias y mezquitas.

Hay muchos iconos con los ojos arrancados, minaretes destruidos y en algunas estancias del monasterio de Santa Tecla aún no rehabilitadas, todavía se percibe que fueron ocupadas por una Jabhat al Nusra que dejó su firma aquí y allá.

Los daños en las Iglesias de San Jorge y la Virgen del Cinturón en Homs, también son visibles. Allí permanecieron dos años largos otros grupos armados que ocuparon los históricos barrios de Hamidiyeh, Bustan Diwan y Bab Hood, atrincherándose tanto en iglesias como en mezquitas. Caso emblemático es la mezquita de Jaled ibn al Walid, como las iglesias, también en proceso de reconstrucción, aunque a diferencia de ellas aún no abierta al culto.

Prioridad es la rehabilitación de templos cristianos y musulmanes porque reflejan la esencia de la sociedad siria, su carácter milenariamente multi-confesional. Precisamente lo que todos coinciden que ha permitido a Siria, una vez más a lo largo de su historia, sortear una crisis en la que han participado quienes desde dentro y desde fuera quieren acabar con la multi-confesionalidad, es decir, con el alma de Siria y su significado, ese que nunca han conseguido entender.

En Homs también se rehabilitan antiguos zocos de la época otomana, si no anteriores, por lo que la actividad comercial renace tímidamente. Las tareas de desescombro de calles, plazas y otros espacios públicos casi ha concluido y en la mayoría de los barrios el Estado ha restablecido los servicios de luz, agua, teléfono e incluso Internet.

Ello ha permitido que en algunos sectores afectados por la acción armada ya haya vuelto entre el 30% y el 40% de la población. Para agilizar el proceso, tanto las autoridades como las muchas ONG´s locales que trabajan por la normalización de Siria o la Cruz Roja Internacional desarrollan programas más que de reconstrucción, de rehabilitación de viviendas.

Con un presupuesto de unos 2500 dólares por unidad, se puede desescombrar un departamento y reponerle marcos de puertas y ventanas, los vidrios y, en su caso, la instalación de cañerías de agua y cableado eléctrico. Ese es el daño que ha sufrido la mayoría de las viviendas en Siria como reflejo del tipo de conflicto que allí se ha librado.

Los grupos armados ocupaban los perímetros exteriores de barrios y pueblos manteniendo como rehenes a la población o si estos habían logrado escapar, saqueando unas viviendas que, sin embargo, rehabilitadas en un proceso que dura no más de tres meses vuelven a ser habitables. Solo los edificios alcanzados por proyectiles de grueso calibre, tendrán que ser derribados completamente para en su lugar reconstruir otros. En algunos barrios concretos, como el de Bab Amro, deberán reconstruirse entre el 50% y el 70% de los edificios.

Como recientemente explicó el Gobernador de Homs, Talal Barazi, a una delegación de miembros de la Colectividad Siria de Chile, quienes allí poseían una propiedad tienen de acuerdo a la recientemente aprobada por el Parlamento Ley 10, un periodo de un año para acreditarla. Entonces, cuando las nuevas viviendas estén construidas recibirán una nueva que podrán habitar, vender o arrendar de acuerdo a las leyes del mercado.

Los planes contemplan que el 30% de las nuevas viviendas que se construyan en un periodo de cinco años, se reservarán para que las municipalidades puedan alojar a personas desplazadas y que antes de la crisis no eran propietarias.

Grúas, excavadoras y otros vehículos propios de la actividad constructora, también se ven en la periferia de Damasco, liberada a partir de marzo de este año y meses sucesivos y desde donde varias veces los grupos armados alcanzaron la Mezquita Omeya o la Catedral Mariamita en la Ciudad Vieja, donde mataron a vecinos y viandantes, como al exembajador de Siria en Chile, Fares Chain.

El desalojo de esos grupos de la Ghouta Oriental, el campo de refugiados palestinos de Yarmuk o la localidad de Hajjar al Aswad ha permitido levantar muchos de los incómodos check points dispuestos estos años en Damasco. Un periodo en el que en más de una ocasión la ciudad capital habitada continuamente durante más tiempo fue asaltada por los grupos armados, como en julio de 2012 o más recientemente cuando en marzo de 2017 ocuparon durante unas horas la estratégica rotonda de los Abasidas.   

Libre de amenazas, los damascenos se mueven sin temor por calles, plazas y mercados y se abocan a la recuperación de sus vidas y haciendas. Fácil no es porque el equivalente a tres años de Producto Interno Bruto de Siria ha sido arrasado y las consecuencias del embargo impuesto por Francia, EE UU, Turquía y otros países de Europa y el Golfo Pérsico afectan, sobre todo, a la población civil y muy especialmente a los servicios sanitarios, que como explicó a los miembros de la Colectividad Siria de Chile el Viceministro de Salud Dr. Ahmed Khalifawi, antes de la crisis eran cubiertos al 90 por ciento por el Estado.

Los sueldos medios son muy bajos, entre USD 70  y 115 mensuales, en muchos casos trabajando en más de una ocupación y en un país donde un litro de gasolina cuesta poco más de medio dólar. El alivio, sin embrago, ha venido por la estabilización de los precios tras unos años de inflación desbocada y la imparable devaluación de una lira siria que, sin embargo, en el último año ha rebotado, recuperando un 20 por ciento de su valor frente al dólar. Si en los peores momentos de la crisis un dólar llegó a cotizar a casi 560 liras sirias, hoy lleva meses a 430.

Más que nunca, yerba mate

El cambio de ciclo y la incipiente recuperación de un mercado interno que estos siete años y medio ha sido de mera subsistencia básica, se nota también en la vuelta de la publicidad al espacio público de carreteras y ciudades.

Junto a los más artesanales avisos ofreciendo clases de ruso que proliferan en todas las urbes sirias,  los de muchas empresas que se anuncian aludiendo directamente a su compromiso con la reconstrucción del país, destacan los de yerba mate, hace décadas presente en Siria después de ser introducida por emigrantes a la Argentina, Brasil o Chile y que en su momento volvieron a Siria.

Ya antes muy popular, la crisis ha terminado por consagrarla. Más económica que el café y muy fácil de preparar en los check points de esperas tensas y a veces negociaciones interminables, su consumo es ahora omnipresente, entre otras cosas porque también permite energizarse a unos sirios con una dieta aún lejos de recuperar su nivel de calorías pre-crisis.    

Afloran también las contradicciones, justificadas por algunos por la imperiosa necesidad  de captar divisas y seguir apuntalando la lira siria y con ella la estabilidad de precios. En los barrios más acomodados de las ciudades –donde muchos han acogido a desplazados de otras zonas, familiares o no- han vuelto a anunciarse unas clínicas de cirugía estética y belleza privativas para la inmensa mayoría pero reflejo del retorno de los empresarios y sus familias que en su momento salieron a Líbano u otros destinos más lejanos.

Hoy regresan para invertir y reactivar la industria y el tejido empresarial, como refleja la reapertura del Hotel Sheraton en Alepo, seis años cerrado y hoy, más que al turismo, reabierto para hombres de negocios, como se aprecia también en los de Damasco y Homs, donde hasta hace poco los únicos extranjeros solían trabajar para alguna organización internacional o venían en misión oficial de alguno de los países que han apoyado a Siria.

La vuelta de inversores y expatriados –muchos de Sudamérica- también se ha producido  por la recuperación de la normalidad en el Aeropuerto Internacional de Damasco, que ya enlaza regularmente con Amman, Bagdad, Basora, Dubai, Abu Dhabi, Sharjah, Kuwait, Muscat, Teherán, Ereván, Jartum y otros puntos y a través de vuelos chárter, también con Moscú o Argel, entre otros destinos.

El cambio de situación también se revela en un paisaje en el que el protagonismo lo tienen menos los efectivos del Ejército Árabe Sirio y más los de la Policía Nacional, la de Aduanas o la de Tráfico. En el caso de Homs, la vuelta de los agentes que regulan el tránsito es muy significativa. Ellos, que van desarmados, fueron las primeras víctimas de los grupos que en el primer semestre de 2011 querían crear una sensación de caos y vacío de poder.

Soldados yendo y viniendo a sus unidades y en algún control se siguen viendo, pero no más que en Beirut. Ya a principios de junio fueron licenciados 15 mil soldados que en diciembre de 2010 iniciaron su servicio militar de 18 meses y que debido a la situación permanecieron siete años en filas y combatiendo. Algunos de ellos cayeron en la defensa de Siria. Como a otros miles de mártires, se les homenajea en las paredes de pueblos y ciudades.

Con la actividad de combate remanente en manos de militares profesionales, muchos jóvenes se incorporan a los cuerpos de seguridad civil. También lo hacen algunos de los miembros de los grupos armados que aceptaron participar en los procesos de Reconciliación Nacional y depusieron las armas levantadas contra un Estado al que ahora ayudan a llegar a la estación terminal de la crisis. Para muchos, la de salida hacia el nuevo renacimiento de una Siria milenaria, multi-confesional y siempre eterna.

 

 

Nota: Pablo Sapag M. es profesor-investigador de la Universidad Complutense de Madrid y autor de “Siria en perspectiva” (Ediciones Complutense).

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