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miércoles, 03 de octubre de 2018

Simplemente, Homs

Por Pablo Sapag M.

Mientras Damasco y Alepo se disputan ser la ciudad del mundo habitada durante más tiempo, Homs es mucho más que un punto entre una y otra.

Mientras Damasco y Alepo se disputan ser la ciudad del mundo habitada durante más tiempo, Homs es mucho más que un punto entre una y otra. Más también que la tercera urbe de Siria y sede de su industria pesada, con la refinería de petróleo y el complejo fabril de Hassia.

La antigua Emesa debe su nombre a una tribu árabe prerromana o a la denominación en arameo del lugar de culto al dios que los romanos llamaron Heliogábalo.

Homs entró en la Historia de la mano de mujeres fuertes. Julia Doma, esposa de Septimio Severo y la más poderosa de las emperatrices romanas, era de Homs. Por eso muchas homsienses llevan su nombre.

Un siglo más tarde, el año 267, Zenobia fundó un reino independiente en Palmira, hoy en la Gobernación de Homs, la más grande de Siria y como entonces la que conecta humana, cultural y comercialmente el interior desértico con el Mediterráneo y el norte alepino con el sur damasceno.

Quizás por eso Homs representa tan bien la diversidad de Siria. Tal vez por eso desde 2011 estuvo amenazada por el autodenominado Estado Islámico y otras organizaciones. Ya rehabilitados o casi, los templos cristianos y musulmanes ocupados por los grupos armados entre 2012 y 2014 evidencian la multiconfesionalidad social  siria.

Ahí está la siríaca Iglesia de la Virgen del Cinturón, que conserva una reliquia de esa prenda de la madre de Jesús y de la que se dice es de las más antiguas del mundo. También la iglesia greco ortodoxa de San Jorge o la mezquita de Jaled Ibn al Walid. Todas están en pleno centro de la ciudad y a pasos de la Avenida Shukri al Quwatli, uno de los próceres de la Independencia.

Primero enfrentó a los turcos. Luego al imperialismo francés. En sus extremos, las plazas del Reloj Antiguo y la del Reloj Nuevo, donde se levanta una torre donada por una hija de la histórica emigración homsiense a Latinoamérica y hoy máximo símbolo de la ciudad.

Entre esas plazas, los barrios de Hamidiyeh, Bustan Diwan o Bab Hood, también ocupados por los grupos armados, muchos de ellos yihadistas.

El emplazamiento de Homs, en un cruce de caminos cerca del Líbano, del desierto, de la costa y en el centro de la autopista que conecta Damasco y Alepo explica la vulnerabilidad de una ciudad donde se combatió en casi todos los barrios. Desde Bab Amro en la periferia suroeste, hasta el de Al Zahra en el este, pasando por Al Waer, el último en ser desalojado a principios de este año por los grupos armados sublevados contra el Estado. Ya sin combates, Homs no oculta sus cicatrices. Tampoco se recrea en ellas. Los propios homsienses, las autoridades y muchas ONGs locales trabajan sin descanso.

Más que para reconstruir, para rehabilitar porque excluyendo los perímetros exteriores de los barrios afectados, como explica el Gobernador Talal Barazi, la mayoría de los edificios no han sufrido daños estructurales.

Se calcula que con 2500 dólares se puede desescombrar, cambiar puertas y ventanas y en su caso reponer conducciones de agua y electricidad de una vivienda.

Los dueños de apartamentos en los edificios que sí serán demolidos tienen un año para demostrar la propiedad y de acuerdo a la Ley 10 convertirse en adjudicatarios de una vivienda nueva en los edificios que ya se empiezan a construir.

Los beneficiarios podrán residir ahí, venderlos o arrendarlos. Un porcentaje de las nuevas viviendas serán de titularidad municipal.

Barazi y su equipo, como toda la administración siria, formado por personas de distintos orígenes étnicos y religiosos, insisten en que se trata de que los desplazados de una ciudad que llegó a tener un millón de habitantes vuelvan lo antes posible. Calculan que ya lo ha hecho cerca de un 35%.

A ello también contribuye la sensación de seguridad en una ciudad ya sin disparos ni explosiones y donde han vuelto los policías de tráfico, que en Siria van desarmados.

En 2011 fueron de los primeros en ser tiroteados desde la Torre Gardenia, un hotel en construcción cerca del río Asi u Orontes y donde se parapetaron los sublevados y los yihadistas infiltrados desde el Líbano.

Luego fueron desalojados por el Ejército sirio, que sitúo allí a sus tiradores durante las sucesivas batallas por Homs. El edificio ha sido rebautizado como Torre de la Muerte. Un nombre revelador pero escueto.

Apenas una referencia más en una ciudad antigua de la que sus hijos nunca han pugnado por títulos ni han reclamado “capitalidades” de resonancias tan propagandísticamente rimbombantes como vacuas. Menos aún si estas se asignan por quienes no reconocen la esencia de Homs.

Una ciudad cuyo equipo de fútbol se llama Karama, es decir, Dignidad. Así, a secas. Como Homs. Ni más, ni menos. Ayer, hoy y siempre.

 

 

Nota: Pablo Sapag M. es profesor-investigador de la Universidad Complutense de Madrid y autor de “Siria en perspectiva” (Ediciones Complutense). Nota publicada en theprisma.co.uk (Gran Bretaña), la versión en inglés puede encontrarse aquí .

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