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viernes, 28 de mayo de 2021

Inasequible al desaliento, Siria continúa moviéndose

Por Pablo Sapag M.

Las recientes elecciones presidenciales son la manifestación de un proceso de cambios a todos los niveles que el país experimenta desde 2011. Para estas elecciones, se trataba de defender la soberanía nacional, impulsar la reconstrucción y hacer frente a la durísima crisis económica de un país bajo sanciones de EEUU y la Unión Europea.

Aunque algunos parecen no enterarse, en Siria las cosas se mueven, y mucho. Las recientes elecciones presidenciales son la manifestación de un proceso de cambios a todos los niveles que el país experimenta desde 2011. Entonces unas protestas por razones socio económicas tan justificadas y legítimas como carentes de liderazgo fueron cooptadas por el minoritario pero poderoso islamismo local y potencias regionales y globales interesadas en debilitar e incluso trocear Siria. Para ello se valieron de una internacional yihadista que atacó por igual a partidarios y detractores del Gobierno.

El Estado supo diferenciar entre la protesta genuina y aquella al servicio de otros intereses. Desde el principio fue capaz de combatir al yihadismo y al tiempo efectuar reformas políticas. Entre ellas la aprobación de una nueva Constitución en 2012 o la Ley Electoral de 2014. Uno y otro texto han regulado los comicios celebrados desde entonces, como los presidenciales de hace unos días. Ha habido tres candidatos, que para serlo han necesitado el aval de 35 miembros de un Parlamento renovado hace un año y en el que hay partidos de oposición y gobierno y en el que 77 de un total de 250 son diputados independientes.

Durante la campaña los candidatos han dispuesto de igual tiempo en los medios públicos, pudiendo exponer sus programas en spots electorales y entrevistas en profundidad en horario de máxima audiencia, instancia a la que en beneficio del conocimiento de los otros dos candidatos renunció el vencedor Bashar al Asad, cuya imagen tampoco apareció en sus vídeos electorales. Así pudo oírse alto y claro a Abdullah Salloum Abdullah criticar duramente la corrupción y proponer una agenda inversora mejorada para impulsar la reconstrucción. También marcó diferencias doctrinales a partir de su arabismo naserista con el de un gobernante partido Ba’ath que en 2012 dejó de ser hegemónico, que nunca único.

Más llamó la atención -y así lo ratificaron los votantes- el nítidamente opositor Mahmoud Ahmad Merei, que en su día purgó cárcel y tuvo prohibición de salir del país. Habló de derechos humanos y planteó la eliminación de la Constitución de la cláusula que exige que el presidente sea musulmán, concesión de hace décadas a unos islamistas para los que nunca ha sido suficiente. Quieren imponer una religión única a un Estado que garantiza la multiconfesionalidad de la sociedad siria, en la que hay cristianos y musulmanes de distintas denominaciones.

Merei también habló de la necesidad de unificar a la fragmentada oposición siria, ofreciéndose como candidato a una inmovilista disidencia externa que ha perdido su último tren. Calculadamente, los patrones de esa oposición exterior le dieron la espalda a Merei pero también a todo el proceso electoral, aunque con alguna novedad. Mientras a diferencia de 2014, esta vez la muy beligerante Francia sí lo permitió, Alemania prohibió a los sirios votar en su Embajada en Berlín. Por esos mismos días la organización médica colegial alemana informaba de que entre los extranjeros el colectivo de médicos sirios –formados en Siria– es de lejos el más numeroso. Son casi cinco mil. La desacreditación del proceso electoral parece responder a la misma lógica con la que algunos países occidentales impiden el regreso de los desplazados sirios, rehenes de sus políticas y mano de obra cualificada a precio de saldo. Como Turquía, no les han dejado votar, a diferencia de Líbano y Jordania, donde masivamente lo hicieron los desplazados sirios.

Tan concurrida como en las embajadas sirias fue la asistencia a los 12 mil colegios electorales. A diferencia de 2014, en esta ocasión se ha votado en todas las gobernaciones. En alguna de ellas, donde aún queda una resistencia armada residual frente al Estado, la milicia kurda apoyada por EEUU no se ha atrevido a cerrar el paso a los sirios de zonas rurales que han querido sufragar. Síntoma de que han entendido el mensaje de una mayoría de sirios que desde semanas manifestaban solo con banderas sirias y sin ninguna enseña partidista su deseo de participar en unas elecciones que pueden marcar la cuenta atrás para que esos kurdos –no representan a la mayoría de los que hay en Siria–  alcancen un acuerdo estable con Damasco que evite el expolio estadounidense y turco del petróleo y el trigo sirios.

Pese a los evidentes esfuerzos del Estado por promover en esta ocasión la competencia electoral, la arraigada cultura política plebiscitaria siria ha querido que los comicios fuesen un referéndum. Más que sobre la continuidad o no de Bashar el Asad, del Estado al que él ha representado en sus años más duros. De ahí el 74% de apoyos del universo electoral que ha cosechado, cifra que resulta de descontar la abstención voluntaria, impuesta o sobrevenida y los apoyos a los otros candidatos, además de los votos nulos y en blanco. Ese porcentaje es similar al apoyo que la forma de Estado aconfesional ha venido sumando desde la Independencia en 1946 y que sobre todo cuestiona una minoría islamista que en el mejor escenario atraería a un 18% de la ciudadanía.

El sistema sirio, como el francés, es semipresidencialista por lo que se elige un jefe del Estado y no de Gobierno.  Eso siempre ha estado claro en un país en el que junto a los partidos hay otros referentes, como los líderes religiosos, los tribales y los mujtar o notables/jueces de paz. Años atrás algunos de ellos habían alentado las protestas contra el Gobierno. Sin embargo, para estas elecciones, y a diferencia de las parlamentarias de hace un año en la que apenas votó el 40% también con Covid, todos esos operadores políticos informales pero reales recordaron a sus bases la importancia y la necesidad de participar. Se trataba de defender la soberanía de Siria, impulsar la reconstrucción y hacer frente a la durísima crisis económica de un país bajo sanciones de EEUU y una Unión Europea que el mismo día de los comicios prorrogó las suyas un año.

Washington y Bruselas nunca han entendido Siria. Tampoco estas elecciones. Asad señaló que frente a la de los sirios, su opinión del proceso electoral “vale cero”. Lo dijo en el colegio al que acudió a votar, en la damascena ciudad de Duma, donde durante seis años se impuso un califato por grupos yihadistas, alguno apoyado y financiado por Arabia Saudí. En su momento Riad los dejó caer. Ahora se apresta a seguir los pasos de Emiratos Árabes Unidos y reabrir su embajada en Siria.  Como aperitivo, una delegación de la inteligencia saudí se entrevistó en Damasco con las más altas autoridades y el día de las elecciones el ministro sirio de Turismo  –sector económico clave– estaba en Arabia Saudí invitado por su Gobierno para participar en una conferencia internacional sobre el sector. Pese a sus pasados desafueros, los saudíes parecen dispuestos a enmendar el rumbo agarrándose al inequívoco mensaje del pueblo sirio para poder participar en la reconstrucción y sus beneficios junto a los BRICS, Irán, República Checa, Argentina y otros países europeos y latinoamericanos con mayor capacidad de lectura de una realidad siria que exige moverse si lo que se quiere es salir en la foto.

 

 

Pablo Sapag M. es investigador y Profesor Titular de Historia de la Propaganda, de la Universidad Complutense de Madrid. Es colaborador del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile y académico en distintas casas de estudios de Chile, Reino Unido y Grecia. Es autor de “Siria en perspectiva” (Ediciones Complutense).

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