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martes, 15 de noviembre de 2016

Dura derrota para los destructores de Siria y Libia

Por Julio Alejandro Neme

Este hecho no significa nada en los hechos. Un cambio en la dirección de la política exterior del país más poderoso del planeta en Oriente Próximo es difícil.

A esta altura más que analizar discursos, observo realidades. De los dos candidatos, uno tenía ostensiblemente las manos manchadas con sangre. Igual o peor que George Bush. Era la ex Secretaria de Estado Norteamericano Hillary Clinton.

Hay que enfatizar que Donald Trump no participó y promovió el derrocamiento de Muhammar Kadafi en Libia, con el consiguiente desastre de más de medio millón de muertos. Tampoco fue un entusiasta estratega en armar grupos rebeldes y mercenarios en Yemen, y principalmente en Siria, como Isis o Estado Islámico, cuya catástrofe y atrocidad es tristemente bien conocida.

Tampoco derrocó en 2013 al único presidente elegido democráticamente en la historia de Egipto, Mohamed Morsi. Ni complotó en Sud América, contra dos mandatarios salidos de las urnas. Todo eso fue obra de Mister Obama y su Secretaria de Estado, Clinton; mujer de sonrisa afable y modales refinados, pero que de ahora en más será un esqueleto político.

Hoy, los gigantes imperios de los medios de comunicación mundial pueden creer lo errado de su pronóstico, que intencionadamente vaticinada una amplia victoria de la preferida del establishment. Tanto la CNN, The New York Times, The Wall Street Journal, The Washington Post, Miami Herald, CBS, y cientos de medios más, manejados por el judaísmo financiero internacional, siguen estupefactos.

Esos mismos conglomerados que se escandalizan por el discurso migratorio de Donald Trump, o por sus dichos sobre la supuesta construcción de una valla en el límite con México, omiten de manera cínica y desvergonzada el levantamiento y edificación real desde 2002 a la fecha del muro del apartheid en Cisjordania, expulsando y confiscando tierras a cientos de miles de aborígenes árabes palestinos.

Todo eso con el consiguiente derrumbe de aldeas antiquísimas, parte del patrimonio de la humanidad. De este espeluznante acto no se dijo ni una solo palabra. En este caso el “lenguaje del odio” no tiene cabida.

Tampoco se acusa en nada al país más racista del planeta. Ese Estado que practica la limpieza étnica ante la impávida vista de la comunidad internacional y abre sus fronteras a cualquier persona por el solo hecho de ser de religión judía, al tiempo que le cierra la posibilidad de vivir ahí a los demás seres humanos que no detenten o gocen de esa condición.

En fin, nunca en unas elecciones en EEUU hubo una campaña de prensa tan intensa y clara desde su inicio. Eso de envalentonar a uno y demonizar salvajemente a otro. Esto no fue casual, y nada tiene que ver la retórica de la xenofobia. En realidad mantiene íntimas y estrechas vinculaciones sobre los que desean seguir manejando a su antojo el país del norte y su política internacional.

Nada expresa mejor el poder del lobby hebreo sobre EEUU que la invasión a Irak en marzo de 2003. Richard Perle presidente del pentágono y apóstol máximo de esa guerra no tuvo reparos en empujar a Bush a un conflicto cuyo claro ganador fue Israel.

Tampoco debemos olvidar a los otros fervorosos belicistas como Paul Wolfowitz, Donald Rumsfeld, Paul Frum, David Wurmser, Norman Podhoretz, Bill Kristol, Henry Kissinger, y así varios “neocons” (nuevos conservadores) que en el fondo no eran más que una banda delictual Sionista.

Sin dudas este triunfo no significa nada en los hechos. Pueden llegar aún más desastres o tal vez no. Un cambio en la dirección de la política exterior del país más poderoso del planeta en Oriente Próximo es difícil.

El poder real se reinventa y se reacomoda con relativa facilidad. Lo que es evidente y cierto es que un intervalo ante tantas ráfagas de viento no viene mal. Indudablemente ha sido un duro revés para la élite del gobierno mundial, los que tienen un programa bien definido y apostaron por una cómoda victoria de la niña mimada del Club Bilderberg.

Esta vez ni todos los medios de prensa a favor, pudieron salvar a la élite dominante. El bombardeo sistemático de propaganda no pudo torcer la historia. Y esto no es un dato menor, porque fija un precedente importante para los tiempos que se avecinan.

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