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Editorial
lunes, 04 de agosto de 2014

Arsal

Por Yaoudat Brahim

Finalmente la batalla de Arsal comenzó. Lo que todos los libaneses temían ya es realidad. Los extremistas islámicos suníes han declarado la guerra al ejército libanés y a Hezbollah desde Arsal, ciudad libanesa fronteriza con Siria, cuya población de mayoría suní apoya al Frente de Al Nusra y Al Estado Islámico y ha sido desde el inicio del conflicto en Siria una base de apoyo logístico a los rebeldes sirios.

Finalmente la batalla de Arsal comenzó. Lo que todos los libaneses temían ya es realidad. Los extremistas islámicos suníes han declarado la guerra al ejército libanés y a Hezbollah desde Arsal, ciudad libanesa fronteriza con Siria, cuya población de mayoría suní apoya al Frente de Al Nusra y Al Estado Islámico y ha sido desde el inicio del conflicto en Siria una base de apoyo logístico a los rebeldes sirios.

Estos extremistas de distintas nacionalidades, de variadas fuentes de financiación, y de sospechosos vínculos con los servicios de inteligencia de varias potencias regionales e internacionales, califican al ejército libanés de Cruzado y de ser aliado de Hezbollah que a su vez es considerado una avanzada Iraní en el Líbano y exigen el retiro de sus tropas de Siria donde participa en apoyo a las fuerzas gubernamentales como también participa en la lucha en Irak en apoyo al gobierno de Maliki contra el Estado islámico.

Claramente, la lucha en Arsal se ha tornado en una batalla cargada de odio confesional sectario entre las dos grandes mayorías islámicas de la región, los Shiítas y los Sunnitas. Al igual que está sucediendo en el resto de la región, la pertenencia nacional ha sucumbido ante las identidades sectarias religiosas que terminarán por destruir el tejido social y por allanar el camino ante la división política y el surgimiento de estados confesionales que legitimarán la presencia de Israel que reclama a los cuatro vientos ser un estado judío.

La guerra que se desarrolla en Siria y en Irak quiere instalarse en el Líbano y encontró primero en Trípoli y ahora en Arsal una puerta ancha para terminar de extender la lucha a todos los rincones de la región que alberga todas las confesiones religiosas cristianas y musulmanas.

La gravedad de la situación en el Líbano está dada por el delicado equilibrio religioso y la frágil situación política y social resultado de las fuertes divisiones de las fuerzas políticas que oscilan en sus preferencias entre ésta o aquella de las potencias regionales e internacionales, además de la propagación del fanatismo religioso y la presencia de refugiados sirios y palestinos que ha sobrepasado todos los límites.

El infierno ha abierto sus puertas y ha soltado todos los fantasmas del pasado cercano y lejano amenazando la existencia misma del Líbano como lo está amenazando en Siria e Irak. Hemos señalado varias veces en esta columna el CAOS que pretendió y logró sembrar la invasión a Irak del 2003 y la anarquía producida a partir de aquella invasión que ha despertado los más recalcitrantes odios confesionales y codicias regionales e internacionales donde la vida de la población, tal como sucede en Gaza, es un factor secundario, y donde el respeto a las soberanías y la consolidación de la convivencia es un asunto que pasa indefectiblemente en los oleoductos y gasoductos y los anacrónicos y descabellados proyectos sectarios religiosos de uno y de otro bando.

Hoy más que nunca, la clase dirigente del Líbano está llamada a darle prioridad al interés nacional por sobre los intereses partidarios, confesionales y personales.

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