Tercer año sin aulas en Gaza: la infancia palestina bajo las ruinas
En la Franja de Gaza, los chicos sobreviven entre ruinas y refugios, privados de educación por la barbarie israelí. La escuela, símbolo de futuro y reconstrucción, se ha convertido en un blanco más de la guerra.
Mientras en Cisjordania ocupada los estudiantes regresan a las aulas, a pesar de enormes dificultades económicas y sociales, en Gaza no habrá timbres, ni pizarrones, ni guardapolvos limpios. Por tercer año consecutivo, la guerra les arrebata a los chicos la posibilidad de aprender. Según datos del Ministerio de Educación palestino, más de 17.000 estudiantes y al menos 1.200 universitarios fueron asesinados desde octubre de 2023. El 90% de las escuelas de Gaza están destruidas o gravemente dañadas, y las que permanecen en pie fueron convertidas en refugios para familias desplazadas.
Los testimonios de los chicos reflejan una herida que no cicatriza. Aisha Ahmed, de 10 años, confiesa que ya no recuerda cómo es un aula ni cómo escribir su nombre completo. Cada septiembre solía anotar el inicio de clases en su cuaderno, pero hoy no tiene ni cuadernos ni lápices. Hassan Abu Hasira, de 13, quería ser ingeniero; ahora pasa sus días recolectando maderas junto a su padre en un campamento de desplazados. “Cuando empezó la guerra, mi sueño se detuvo”, dice con resignación. Sus palabras condensan una infancia arrasada no solo por los bombardeos, sino también por la imposibilidad de proyectar un horizonte.
Los docentes, aún desplazados, se niegan a rendirse. En Khan Younis, la profesora de matemáticas Nadia Assaf organiza pequeñas clases bajo una carpa, usando pedazos de cartón como pizarrón y una tiza rescatada de entre los escombros. Allí, entre el ruido de los drones y los murmullos de un campamento saturado, intenta repasar las tablas de multiplicar. “Las carpas no son escuelas y el cartón no reemplaza a un pizarrón”, admite. Muchos de sus alumnos se quiebran en llanto apenas oyen la palabra “clase”. Otros no logran mantener la concentración. Aun así, cada número recuperado, cada letra escrita en la arena, se convierte en un pequeño acto de resistencia frente a la barbarie.
Para los analistas palestinos, lo que ocurre con la educación no puede entenderse como un “daño colateral”. La destrucción de escuelas y la persecución de maestros son parte de una estrategia deliberada para quebrar la capacidad de reconstrucción social. En Gaza, los misiles arrasan los edificios; en Cisjordania, la ocupación asfixia las instituciones reteniendo los fondos de la Autoridad Palestina, lo que deja a miles de maestros sin salario y a los estudiantes sin recursos básicos. Como advirtió el investigador Hussam al-Dajani, “privar a los palestinos de educación es privarlos de la posibilidad de resistir, imaginar y reconstruir”.
El organismo de Naciones Unidas para los refugiados palestinos (UNRWA) ya alertó sobre el riesgo de perder a una generación completa. Miles de niños que deberían cursar segundo o tercer grado nunca aprendieron a leer ni escribir. Padres sin estudios intentan transmitir el abecedario con lo poco que recuerdan, mientras madres improvisan clases en tiendas de campaña. “Mi hija debía aprender las letras este año. Ahora me pide que le enseñe, pero yo nunca terminé la primaria”, relata con impotencia Sami Abu Mustafa, desde el centro de la Franja.
Sin embargo, en medio de la devastación, persiste un gesto que desafía al olvido: mochilas vacías que los chicos cargan como símbolo de dignidad, padres que dibujan letras en la arena, maestras que insisten en que cada palabra escrita es una semilla de futuro. “La educación es nuestra forma de decirle al mundo que seguimos aquí”, sostiene la profesora Samiha Ayoub. Esa convicción resume lo que Gaza intenta defender: la idea de que un pueblo sin aulas es un pueblo despojado de su mañana.
El bombardeo sistemático de la educación palestina desnuda el verdadero alcance de la ofensiva israelí: no solo busca expulsar, sino también impedir que Gaza pueda levantarse sobre sí misma. La escuela, ese espacio donde se aprenden las primeras palabras y se sueñan los futuros oficios, se convirtió en un objetivo militar. Y cada aula reducida a escombros es también un mensaje de impunidad internacional, que naturaliza la destrucción del derecho más básico de los niños.
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