Siria, entre los acuerdos Sykes-Picot y Barrack-Erdogan
El tiempo de Sykes-Picot se terminó. Superadas las veleidades soberanas que durante casi ocho décadas exhibió la República Árabe Siria, de alguna manera, ahora se vuelve a la época que se inició con la batalla de Marj Dabiq en 1516. La de la proyección del imperio otomano a la Siria Natural.
Cualquier shami latinoamericano lo entenderá a la primera. Como buen originario de esa Siria Natural que se extiende desde los Montes Taurus hasta el Sinaí y desde el Mediterráneo hasta el Shat el Arab que desagua los ríos Tigris y Éufrates en el Golfo Árabe, sabrá muy bien lo que significa el retorno del turco a la tierra ancestral. Más todavía si lo hace de la mano de unos EE.UU. que ya han dejado claro que la reconfiguración de Siria no es una vuelta a los acuerdos secretos Sykes-Picot, por los que británicos y franceses se repartieron unos territorios que durante casi cuatro siglos estuvieron sometidos al califato turco-otomano.
Fueron las masacres sectarias de la montaña libanesa, de Alepo, Damasco y otros lugares de Siria las que gatillaron una emigración masiva que se ha perpetuado por generaciones en el continente americano. Matanzas alentadas o al menos consentidas por los pachás al servicio del sultán, por mucho que algún académico de la anglosfera formado en caras universidades de las que salen muñidores de imperios canónicamente orientalistas, en el sentido descrito por Edward Said, reduzca esas masacres a meros “sucesos”. Todo ello con un sentido de la oportunidad editorial comprometida al salir la versión castellana de su exculpatorio de lo de entonces y lo de ahora justo en marzo de este año. Entonces se ejecutaban otras matanzas de tintes sectarios en Tartus, Latakia, Hama, Homs, Sweida y las damascenas Jaramana y Sahnaya. Pero como tantas cosas que tienen que ver con Siria, todo pasó piola. Ya sea en su acepción chilena o argentina.
De esas masacres nada ha dicho el muy locuaz embajador de los EE.UU. en Turquía y ya flamante enviado especial para Siria de la administración de Donald Trump, que al operar desde Ankara evidencia dónde y cómo se decide lo que ocurre al sur de Anatolia. Por algo, algún otro país ha hecho lo mismo, elevando su representación diplomática en Turquía y dejando la de Damasco con carácter testimonial. El enviado en cuestión es Thomas Barrack, cuyo origen familiar se encuentra en Zahle, precisamente una de las localidades libanesas arrasadas en 1861 por la violencia sectaria –“sucesos”- que caracterizó la imparable decadencia del imperio otomano bajo los sultanes Abdulmecid, Abdulaziz, Murad y Abdulhamid. Degeneración que culminó con los genocidios de armenios y siriacos (Sayfo), muchos de cuyos supervivientes se refugiaron en Brasil, Venezuela, Chile o la Argentina y que, como el resto de expatriados, naturalmente no pueden soportar que por acá los llamen “turcos”. Aunque sea sin malicia, por pura ignorancia y ahora mismo al ver en las noticias a tantos dirigentes sirios en Ankara y turcos en Damasco o Beirut.
Al referirse a la intervención en Siria que de manera directa y desembozada desarrollan desde hace al menos dos décadas EE.UU., Reino Unido, Turquía, las autocracias del Golfo y los miembros más conspicuos de la cada vez más irrelevante Unión Europea, solemnemente Barrack ha dado por finiquitada la era Sykes-Picot. De ella se derivó no solo la ocupación franco-británica. También la fragmentación política y territorial con la creación de estados sin soberanía y seudo estados imposibles en el territorio de la Siria Natural. Todo ello con la colaboración de no pocos lugareños tan desmemoriados como Barrack. Indígenas siempre dispuestos a hacer lo que sea a cambio de recibir un par de lisonjas occidentales, más si estas se acompañan de los petrodólares del Golfo, haciendo así bueno el aberrante estereotipo que, de los árabes, y por extensión de los sirios, se ha construido al poniente del Mar de Siria y más allá. Como su socio en varios negocios Donald Trump, el virrey Barrack se enriqueció incursionando en el sector inmobiliario y en el del lobby, entre otros, en los mercados saudí, qatarí y emiratí. Todo ello de la mano de la empresa financiera que fundó con el esclarecedor nombre de Colony Capital.
Con todo ya pactado entre Barrack y el sultán neo-otomano Erdogan, el presidente Trump bendijo en Riad al hombre fuerte instalado en Damasco a finales de 2024. Poco antes y entre pelea y pelea con su ahora esposa y antes profesora y algo más cuando él era un quinceañero, ya lo había hecho en París el petimetre Emmanuel Macron. Ante el acuerdo entre Trump, el turco Erdogan y las petro monarquías del Golfo, Francia pintará más bien poco en la Siria Natural que se está diseñando. Eso sí, podrá reivindicar el que estaditos supuestos o reales usen las enseñas que con disciplina cartesiana diseñaron esos alumnos aventajados de universidades de postín llamados Mark Sykes y Lawrence de Arabia. Los mismos estandartes que en plena ocupación (1920-1948) impusieron los virreyes franceses y británicos a los descuartizados miembros de la Siria desmembrada por ellos.
Pero Barrack lo ha dejado claro. El tiempo de Sykes-Picot se terminó. Superadas las veleidades soberanas que durante casi ocho décadas exhibió la República Árabe Siria, de alguna manera, ahora se vuelve a la época que se inició con la batalla de Marj Dabiq en 1516. La de la proyección del imperio otomano a la Siria Natural. No por nada Ahmed Davutoglu, ideólogo del neo-otomanismo inspirador del Gran Turco Erdogan, dijo con la misma elocuencia que Barrack que Gaza podría incorporarse a Turquía porque ya antes estuvo gobernada por el sultán otomano. Conociéndolos y para que la cosa no se desmadre, EE.UU. ha forzado a los turcos a compartir tareas de tutela, además de con Israel, con Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. En diciembre, Riad y Abu Dabi se quedaron fuera de juego ante los sucesos sirios, en los que el protagonismo sobre el terreno fue de turcos, israelíes y qataríes una vez que EE.UU. y Rusia se pusieron de acuerdo: la República Árabe Siria desangrada durante catorce años por el yihadismo y las sanciones y gangrenada por la corrupción, la inflexibilidad política y la inoperancia, fue entregada a cambio de Ucrania.
Desde entonces, han venido los ajustes y las correcciones. Aunque jamás se enfrentará a EE.UU., Qatar es la punta de lanza británica en el Golfo y por muy bien que yanquis y gringos digan llevarse entre ellos, Washington ha buscado contrapesos al exceso de influencia turca y qatarí. Por eso la puesta en escena de Riad en la que Barrack anunció la nueva era. Poco después, autorizó al nuevo régimen estatal sirio en formación a que 3500 extranjeros que venían haciendo la yihad en Siria desde 2011 sean incorporados al embrión de milicia que sustituirá al desaparecido Ejército Árabe Sirio. Se trata de iugures chinos, uzbekos, tayikos y turcomanos a los que a pesar de ello se dará nacionalidad siria por los servicios prestados y por prestar en una fuerza que como los ejércitos libanés y jordano o la policía o las milicias palestinas apenas tendrá capacidad para cumplir funciones de gendarmería local o de hisba, la policía religiosa que vele por la sharía o ley islámica ya consagrada desde marzo de 2025 como fuente principal del derecho en la nominalmente República Árabe Siria. Como mucho, esas milicias podrían actuar como brigadas auxiliares de ejércitos de las dos potencias regionales predominantes, Israel y Turquía, las mismas que pese a la retórica difícilmente se enfrentarán. Por algo tienen relaciones diplomáticas plenas desde 1949 y poderosos aliados comunes en Washington y Moscú.
En lo económico, los acuerdos Barrack-Erdogan contemplan para toda la Siria Natural la rápida entronización de un libre mercado tipo Escuela de Chicago o singapurense y promesas tan vagas como reiteradas de plata dulce para dar y tomar. Todo simbolizado por el anuncio de la conversión de Gaza en una Riviera medioriental. O la construcción de una Torre Trump que en detrimento de campanarios y minaretes y con sus 45 pisos y el nombre de su inspirador en letras de oro, brillará en el skyline damasceno. Un horizonte poblado de tupidas barbas, hiyabs, thawbs, abayas, caros relojes originales o de imitación y ejecutivos embutidos en ajustados ternos mejor o peor combinados con zapatos puntiagudos y brillantes, todo ello, en un implantado híbrido estético entre el Golfo y Anatolia.
► Nota:
(**) Shami: la transliteración del concepto shami corresponde al vocablo árabe شامي que se traduce como “levantino”, oriundo de la región del Levante Mediterráneo, descripción geográfica para la tierra del Sham (شام - Damasco), lo que en árabe se conoce como “Bilad al-Sham” (بلاد الشام), zona de influencia de la milenaria ciudad de Damasco; en otras palabras, lo que el pensamiento nacional sirio define como “La Siria Natural”.
► Pablo Sapag M. es investigador y Profesor Titular de Historia de la Propaganda, de la Universidad Complutense de Madrid. Es colaborador del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile y académico en distintas casas de estudios de Chile, Reino Unido y Grecia. Es autor de “Siria en perspectiva” (Ediciones Complutense).
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