Sharaa consigue alivio de sanciones tras ceder a exigencias de Trump
El levantamiento de sanciones por parte de Estados Unidos representa un respiro para la población siria, pero también confirma que la soberanía nacional sigue sujeta a las condiciones impuestas por potencias extranjeras. El presidente de facto Ahmed al-Sharaa logró que Washington desista de su política de castigo, a cambio de señales claras de alineamiento geopolítico, incluyendo el acercamiento al régimen de ocupación israelí.
Donald Trump anunció desde Arabia Saudita el levantamiento total de las medidas coercitivas unilaterales, vulgarmente conocidas como "sanciones" que habían sido impuestas sobre Siria, medida que él mismo había intensificado durante su primer mandato con la llamada Ley César.
La decisión fue comunicada tras un encuentro con el presidente de facto sirio Ahmed al-Sharaa, en el que también participaron el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman y otros dirigentes del Golfo. La cumbre, desarrollada a puertas cerradas, marcó el primer contacto oficial entre ambos países en un cuarto de siglo y evidencia un nuevo capítulo en la política exterior estadounidense en el Cercano Oriente.
Si bien la medida fue recibida con celebraciones en algunas ciudades sirias, su trasfondo deja poco margen para la euforia. Trump condicionó el levantamiento de sanciones a tres exigencias principales: el reconocimiento diplomático del Estado israelí, la expulsión de grupos armados no alineados con Washington, y la colaboración activa en operaciones contra el Estado Islámico. De este modo, la suspensión del castigo económico no fue un gesto humanitario, sino una recompensa estratégica.
El rol del príncipe heredero saudí y la intervención indirecta del presidente turco Erdogan fueron determinantes para viabilizar el acuerdo. Pero lo que selló la disposición de Trump fue la apertura manifiesta de Sharaa a establecer vínculos con el régimen israelí de ocupación, un giro radical respecto a la postura mantenida durante décadas por el Estado sirio bajo los estrictos posicionamientos del nacionalismo árabe que guiaron al partido Baath Árabe Socialista de Hafez y Bashar al-Assad. Contactos recientes con funcionarios israelíes y declaraciones del propio Sharaa desde París —donde manifestó su intención de normalizar relaciones— habrían sido clave en la decisión de Washington.
El gesto hacia Sharaa no es gratuito: consolida una figura útil para los intereses de Washington y Tel Aviv, aunque frágil ante su propio pueblo. El verdadero desafío para Siria no reside en las promesas de inversión externa ni en los gestos simbólicos de Occidente y sus aliados regionales, sino en la capacidad de reconstruir una soberanía real, con legitimidad popular y sin quedar atrapada en acuerdos dictados desde fuera.
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