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viernes, 03 de octubre de 2025

Cómo el veto estadounidense en la ONU ha sido un arma permanente para proteger la ocupación israelí

Por Redacción Diario Sirio Libanés

Desde la creación de Naciones Unidas, el famoso “derecho a veto” de Estados Unidos terminó funcionando como un blindaje permanente al régimen de ocupación israelí. Lo que se presentó al mundo como un mecanismo excepcional para garantizar el equilibrio de las grandes potencias se convirtió, en la práctica, en un instrumento de impunidad. El Consejo de Seguridad, que debería ser garante de la paz y la seguridad internacionales, quedó condicionado a los intereses de Washington, que nunca dudó en torcer la legalidad cuando se trató de proteger a Tel Aviv.

El reciente bloqueo de Estados Unidos a una resolución que pedía un cese inmediato de la agresión israelí sobre Gaza confirma la función histórica de este mecanismo: sostener la maquinaria de ocupación, incluso cuando millones de voces reclaman justicia. La representante norteamericana levantó la mano no solo para invalidar un texto diplomático, sino para legitimar la continuidad de un exterminio en curso. Fue el sexto veto desde que comenzó la ofensiva de 2023, cada uno de ellos actuando como una luz verde para más masacres y destrucción.

Este gesto, repetido con disciplina, revela una estrategia que no admite matices: Estados Unidos no está dispuesto a permitir que el Consejo de Seguridad limite la acción militar israelí. Por el contrario, utiliza el veto como carta blanca para garantizar que la ocupación actúe sin frenos, blindada por la legalidad internacional que manipula a su conveniencia. Así, el veto se convierte en una extensión de la agresión misma, trasladando el campo de batalla a la arena diplomática, donde Washington asegura que no haya condena posible contra su aliado estratégico.

La práctica no es nueva. Desde los años setenta, Washington ha paralizado decenas de resoluciones que buscaban reconocer derechos palestinos o condenar la violencia israelí. En septiembre de 1972 bloqueó un texto que denunciaba los ataques contra Líbano y Palestina, y en 1976 volvió a impedir resoluciones que reconocían el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino. Desde entonces, la lista no ha hecho más que crecer y consolidar un patrón de impunidad institucionalizada.

Durante la invasión israelí al Líbano en 1982, el veto estadounidense impidió sanciones y abrió la puerta a tragedias como Sabra y Shatila. En esas jornadas, mientras los refugiados palestinos eran asesinados en masa, Washington bloqueaba cualquier resolución que señalara responsabilidades. Más de dos décadas después, en la ofensiva de julio de 2006, volvió a negar resoluciones urgentes a un alto el fuego, permitiendo la devastación de los suburbios de Beirut y el sur libanés. En ambos casos, el veto no fue un trámite burocrático, sino un blindaje directo a la agresión, que se tradujo en miles de víctimas y ciudades arrasadas.

Cada episodio en el archivo de vetos revela un patrón de subordinación del derecho internacional a la lógica imperial. Los gobiernos de turno en Washington han repetido la misma fórmula: presentar el respaldo incondicional a Israel como defensa de la “seguridad” mientras niegan la existencia misma de los derechos palestinos. 

Un mecanismo de guerra disfrazado de diplomacia

Juristas y académicos coinciden en que el veto estadounidense va más allá de la parálisis diplomática: es un mecanismo de guerra. Al mismo tiempo que bloquea resoluciones, Estados Unidos asegura un flujo constante de armas, inteligencia y financiamiento al régimen israelí. De esa manera, lo que ocurre en el terreno militar se complementa con la cobertura política en Nueva York, consolidando un círculo de impunidad casi imposible de quebrar en los marcos institucionales actuales.

La utilización sistemática del veto, más de cuarenta veces en relación directa con Palestina desde 1972, no puede entenderse como una acumulación de hechos aislados. Es parte de un proyecto político global que busca mantener a Israel como puesto avanzado de la hegemonía occidental en Medio Oriente. Cada resolución bloqueada es un testimonio de cómo la ONU, sometida al poder estadounidense, se convierte en cómplice de la ocupación en lugar de árbitro imparcial de la legalidad internacional.

Frente a este bloqueo permanente, algunos Estados han intentado recurrir a la Asamblea General como espacio alternativo de presión. Sin embargo, sus resoluciones no tienen carácter vinculante, lo que deja a la causa palestina atrapada en un laberinto institucional donde la injusticia se repite. La creciente frustración de los pueblos ante esta parálisis explica por qué la calle árabe y mundial se moviliza más allá de los marcos oficiales, encontrando en la resistencia el único camino efectivo de defensa.

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