Histórica visita del papa Leo XIV moviliza a Líbano

El papa Leo XIV llegó al Palacio Presidencial de Baabda entre aplausos, salvas militares y una multitud que lo acompañó desde el aeropuerto bajo una lluvia persistente. Decenas de miles de personas se alinearon en las carreteras, desde los barrios del sur de la capital hasta los accesos al palacio, agitando banderas libanesas y vaticanas, mientras algunos sectores mostraban también símbolos de la resistencia libanesa. 

En el salón principal aguardaban representantes de todas las confesiones, delegaciones diplomáticas y miembros del Parlamento, incluidos legisladores de Hezbollah, en un gesto de pluralidad poco frecuente en un escenario político fragmentado.

Tomando la palabra ante las autoridades, el pontífice definió la paz como “un deseo, un mensaje y un trabajo en marcha”, y subrayó que el Líbano ha sabido levantarse reiteradamente gracias a “un pueblo que no se rinde” y que ha resistido guerras, colapsos y presiones externas. 

Puso de relieve que la resiliencia libanesa no debe convertirse en excusa para la inacción de los dirigentes, advirtiendo sobre decisiones tomadas “por unos pocos y a expensas del bien común”, que perpetúan el estancamiento y profundizan el sufrimiento social. Insistió en que la diversidad libanesa es una riqueza y que la verdadera paz exige que esa pluralidad se viva como comunión, no como un delicado reparto de espacios donde cada grupo permanece aislado “bajo un mismo techo”.

El Papa dedicó una parte central de su discurso a los jóvenes, animándolos a no separarse de su pueblo y a comprometerse con la reconstrucción del país. Les pidió hablar “el lenguaje de la esperanza”, recordando que la emigración forzada desangra al Líbano de su fuerza vital. Abordó también las heridas de la guerra civil y de las injusticias acumuladas, advirtiendo que sin sanar la memoria colectiva “será difícil avanzar hacia la paz”, porque cada comunidad seguirá siendo “prisionera de su propio dolor”. 

Frente a la violencia regional y las agresiones israelíes en el sur, reiteró que la construcción de la paz requiere perseverancia incluso bajo el estruendo de las armas.

En una reflexión más amplia, Leo XIV sostuvo que la paz no es un mero equilibrio circunstancial ni una tregua entre identidades enfrentadas, sino la capacidad de vivir juntos y planificar un futuro común. “La paz es saber vivir juntos como pueblo reconciliado”, afirmó, y defendió el papel de las mujeres en esta tarea, reconociendo su influencia decisiva en la vida social, política y comunitaria. Enfatizó que no se trata sólo de evitar la guerra, sino de impedir que nuevas generaciones se resignen a buscar refugio fuera del país.

El presidente Joseph Aoun respondió con un discurso que combinó advertencia y esperanza. Defendió la “unicidad” del modelo libanés y afirmó que su desaparición abriría fracturas en toda la región. “Si el Líbano se paraliza o se transforma, la alternativa serán líneas de ruptura en nuestra región y en el mundo”, declaró, insistiendo en que la convivencia entre musulmanes y cristianos es indispensable para la estabilidad regional. Aoun pidió al Papa transmitir al mundo el compromiso del pueblo libanés: “No moriremos, no nos iremos, no nos rendiremos”.

La jornada, acompañada por un despliegue militar que incluyó el saludo aéreo de dos aviones del Ejército a la llegada del pontífice y campanadas en todo el país, puso de manifiesto el enorme peso simbólico de esta visita. Sin embargo, más allá de los gestos protocolares y del fervor en las calles, el mensaje del Papa apunta directamente a las causas profundas de la crisis libanesa: la falta de justicia, la impunidad internacional que sostiene la agresión contra la soberanía libanesa y la necesidad de reconstruir un pacto social que no dependa de intereses sectarios ni de presiones extranjeras.