Iglesia Ortodoxa Antioquena: Carta pastoral navideña
La Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa de Antioquía transmite su mensaje pastoral navideño a través de la carta del Arzobispo de Buenos Aires y la Argentina.
LA PAZ PERDIDA Y ANHELADA
“No vine a traer paz, sino espada” (Mt 10:34)
En la fiesta de la Navidad celebramos la realización de la profecía proclamada por el profeta Isaías: “Un Niño nos ha nacido… Y se llamará Su nombre… Príncipe de Paz” (Is 9:6). Sin embargo, la fiesta nos encuentra a todos, más y más, en la búsqueda y el anhelo de la paz. Hemos perdido la paz y la buscamos emprendiendo a veces caminos equivocados.
En las circunstancias actuales que vivimos, no puedo sino que recordar el significado de la paz y los caminos para lograrla, que S.E.R. Metropolita Pablo de Alepo expresó en su última homilía navideña (inédita) en 2012:
“La paz es la realidad de lo que es sano. Cuando la perturban nuestros pecados, nuestros intereses, nuestra práctica religiosa errónea, etc., entonces lo que es sano deja de serlo, y la paz se pierde”.
Para alcanzar la paz, Monseñor Pablo distingue tres caminos que los hombres emprendieron a lo largo de la historia. El primer camino pretende alcanzarla recurriendo a “la violencia”, a las guerras y a las armas para resolver los conflictos. En este camino no hay ganadores, ya que toda guerra se gana a costa de vidas humanas, mientras que el ser humano es más precioso que cualquier interés o victoria.
El segundo camino pretende alcanzarla mediante la conformación de “alianzas”, donde los más fuertes vencen a los más débiles. Son alianzas que nunca puedan garantizar la paz, pues dicha paz se desvanece cada vez que estas alianzas se derrumban.
El tercer camino está trazado con la palabra del Señor: “No vine a traer paz, sino espada” (Mt 10:34). Es una palabra con la cual el “Príncipe de paz” indica que la paz está basada en “la palabra de la verdad”, “la espada del Espíritu” (Ef 6:17), y no en la alianza o en la dominación de potencias. Por un lado, la paz es uno de los frutos del Espíritu Santo (Gal 5:22), y por otro lado, es un don del Señor: “La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo” (Jn 14:27).
Monseñor Pablo concluye que la verdadera paz es la que está basada en las virtudes cristianas, como el amor, el perdón, la humildad, y la dádiva. La práctica de estas virtudes nos permite alcanzar la paz, porque “nadie puede lograr la paz a costas de los demás”, debido a que todo ser humano es precioso delante de Dios. Por ello, toda diferencia no ha de transformarse en un conflicto, sino ha de ser un motivo de diálogo para llegar a la verdad. Es aquella verdad que alcanzamos al obedecer a la palabra de Dios, la cual es nuestro “recurso de amparo”; ella nos orienta, y hacia la cual orientamos a nuestro prójimo.
Al tomar prestado esta aproximación a nuestra realidad del Metropolita Pablo de Alepo, no sólo pretendo recordar su presencia viva entre nosotros, desde su secuestro en Siria el 22 de abril de 2013, sino para darle la palabra por dos motivos. Por un lado, él es una de las víctimas de la paz perdida, y por otro lado, él es un vocero auténtico de sus hermanos que sufren el inferno del primer camino (la violencia) o que se encuentran bajo la presión del segundo camino (las alianzas). Además, me anima la esperanza de que sus palabras puedan iluminar, como la luz de aquella estrella divina que se manifestó en el oriente, la gruta oscura de nuestra realidad, guiándonos en el tercer camino, el de recibir al “Príncipe de Paz”.
Aunque el Niño nacido, “envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2:12), pareciera ser vulnerable, esta debilidad aparente no cambia en nada nuestra convicción y nuestra fe de que es acertada nuestra elección del tercer camino. Yendo en este camino a la gruta de Belén, llevamos los regalos al Niño recién nacido que hemos cultivado en nosotros, los que nos acercan al corazón de la Iglesia, y de los cuales habló San Juan Crisóstomo, es decir “el conocimiento, la sabiduría y el amor”. Sin estos regalos, la paz será sólo un mero anhelo, si bien santo, pero nunca una realidad viva en el mundo.
Encomendándonos al Niño nacido en Belén, nos mantenemos unidos en la oración ferviente por la paz, tanto nuestra como la de todo el mundo.
† Metropolita Siluan
Arzobispo de Buenos Aires y toda Argentina
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