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miércoles, 10 de septiembre de 2025

Gladys Abilar narra el alma riojana

Por Redacción Diario Sirio Libanés

La reconocida escritora, orgullo de la colectividad y directiva del Club Sirio Libanés, convoca este año a la conexión con la tierra a través de su más reciente obra “Crónicas Riojanas. Antología de mi tierra”. Desde Chilecito hasta los confines del espacio literario nacional, Gladys Abilar hace visible lo íntimo y lo geográfico.

Fuente: Fernando Viano / Nueva Rioja

Gladys Abilar nació en Chilecito, provincia de La Rioja, al pie del imponente cerro Famatina, inmersa desde niña en el ritmo de la música, la naturaleza y la palabra. Formada como profesora superior de piano, agrónoma y paisajista, transitó múltiples disciplinas -la música, la ciencia, el paisaje y la escritura- antes de consolidar una voz única en la narrativa argentina.

Con una extensa obra que abarca poesía, novela, cuento, aforismos y literatura infantil, Abilar ha sido reconocida con distinciones como la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y múltiples premios internacionales.

En “Crónicas Riojanas. Antología de mi tierra” cristaliza toda esa multiplicidad en relatos breves y afilados, nacidos desde lo vivido, lo geográfico y lo simbólico. Cada texto se inscribe en un proceso de memoria, visibilidad y pertenencia profunda a la tierra. Abilar comparte esos retazos íntimos -la carneada que deviene danza, la doma que se escucha desde la memoria del potro- como quien susurra una herencia antigua puesta en letras y sensaciones.

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En su más reciente obra entrega mucho más que un libro: ofrece una patria íntima. Desde la pluma de una autora profundamente arraigada en Chilecito y su entorno, esta antología se despliega como un mapa emocional que traza caminos entre historia, mito, paisaje y memoria colectiva.

Con lenguaje claro pero cargado de lirismo, Abilar pone en escena relatos que no sólo rescatan hechos, sino que también devuelven al lector una atmósfera. Sus textos, a mitad de camino entre la crónica histórica y la evocación poética, reconstruyen momentos, personajes y símbolos que han forjado la identidad riojana, en una suerte de homenaje sensible y erudito a una tierra que late en cada página.

El libro recoge pequeñas joyas narrativas que respiran autenticidad: desde anécdotas del pasado colonial y las gestas independentistas hasta escenas cotidianas del interior riojano profundo, siempre teñidas por la mirada entrañable de quien escribe desde el amor por su tierra y su gente. En esa escritura, el dato histórico y el rumor del pueblo conviven con naturalidad, sin tensiones ni solemnidad excesiva.

Santiago Kovadloff, en la contratapa, celebra esa habilidad de la autora para combinar rigor con calidez, y no se equivoca. Porque estas crónicas no son meros registros: son testimonios que vibran. Y es que Abilar escribe como quien recuerda en voz alta, como quien teme que el olvido borre lo esencial. Y al hacerlo, convoca al lector a un ritual de pertenencia.

Crónicas riojanas. Antología de mi tierra no sólo es una lectura recomendable, sino necesaria. En tiempos donde la velocidad amenaza con borrar la memoria, este libro aparece como un acto de resistencia: rescatar lo que fuimos para comprender lo que somos.

Del diario a la visibilidad: el nacimiento de las crónicas

La voz de Gladys Abilar tiene una presencia que ancla en la profundidad del significado de cada una de las palabras que emplea para nombrar todo lo que la rodea, a partir de una lucidez tan asombrosa como cálida. Esa voz, que es también su voz literaria, no deja de hacer pie, al mismo tiempo, en esa capacidad tan particular de visualizar el entorno hasta hacerlo propio, hasta darle vida mucho más allá de lo que se puede apreciar a simple vista, llegando hasta el origen mismo de un todo al que le otorga entidad, presencia, vitalidad y trascendencia. La escritora despierta así algo que estaba dormido, incluso en su propio ser, hambriento de una búsqueda constante que hace de lo cotidiano la fidelidad más precisa a las raíces de su existencia, como punto de partida.

Así es como desde su pluma precisa y refinada, nos lleva hacia el universo mágico de sus “Crónicas Riojanas. Antología de mi tierra”, donde no deja de darle forma a lo propio, que es también lo nuestro.

En una completa nota y entrevista con el periodista Fernando Viano del periódico Nueva Rioja, la autora repasa su trayectoria creativa hacia esta nueva obra a través del anclaje en una arraigada identidad y conexión con su tierra natal. Compartimos aquí lo más destacado de dicho diálogo.

Entrevista

- ¿Cuáles fueron las motivaciones personales que te impulsaron a la escritura de estas crónicas?

- Yo leía ese espacio del diario, me resultaba muy atractivo, muy ágil porque viste que de pronto uno no tiene tanto tiempo de leerse una noticia kilométrica, y te daba esa agilidad de leer ese espacio que tenía unas coordenadas muy particulares y los temas eran unos más lindos que otros. Y yo digo, ¿cómo estoy disfrutando de esto? Llevaba mucho tiempo, pero dije, “si yo todo esto lo tengo, lo sé y lo puedo recontra ampliar aplicado a mi provincia’. Y ahí nació eso porque fue como un despertar. ¿Sabes qué me dio ese lugar a mí? Sentí que me daba visibilidad. O sea, que me podía dar visibilidad en caso de lograr el entrar. Y no te voy a mentir: soy más conocida como escritora del Rincón Gaucho...

- ¿Los relatos ya los tenías escritos, o fuiste seleccionando? y, en tal caso, ¿cómo fue la selección para llegar a la antología?

- Intenté cuidar mucho mi espacio. Y no sé por qué fue casi instintivo, porque me podría haber ido a miles de otras cuestiones rurales de Argentina, del Gaucho de la Pampa, cualquiera de esos temas que ya en otros números de años atrás fueron publicados. Entonces, para buscar una veta nueva sin romper la estética del espacio, me circunscribí a la Rioja. Y digo, estos temas no los escribió nadie. Yo tenía ya escrito “La doma del potro”, un cuento largo, me gustó esa historia para el segmento y lo fui formateando para que entrara ahí, ya que son un máximo de 800 palabras, entonces ahí tenés que achicar, encoger, sacar uno, poner otro. Te quedan muchas cosas por decir que quisieras decirlas, pero dentro de todo funcionó, me fui acostumbrando. Y no perdí la estética de mi pueblo, de mi zona, de mi Rioja, todo quedaba allí. Y creo que eso fue lo que me reservó ese lugar.

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- Pero además hay un trabajo muy fino de investigación, no es la redacción de una simple crónica...

- A la mayoría, así como por ejemplo el de la doma, los elaboré desde mis conocimientos, y por supuesto iba al diccionario para buscar términos más técnicos, como la parte del brocal, las cosas de las riendas, que tiene su terminología; para respetar el nivel de mi escritura tenía que ir cada uno a su lugar. Y lo mismo que la carneada del cordero, que en su momento me generó problemas con una lectora, a la que la gente le fue respondiendo...

- Imagino que para vos esa exposición resulta interesante también...

- A mí me encantó y te juro que doblo la apuesta, porque está escrito con una sinceridad de detalle, y no por ser carnicera (risas), sino porque está visto desde otro lugar. Este tipo de actitudes, de acciones, se supone que nacen por la necesidad de alimentarse del ser humano. No hay canibalismo ni somos depredadores, recurrimos por una necesidad de alimento y punto. Y con ciertos respetos, porque vos sabés que es una ceremonia maravillosa la carneada. Se junta toda esa gente, acompañados por la taba, otros juegan al naipe, mientras todos siguen con el animal colgado ahí sacándole el cuero. Es toda una artesanía folclórica, y yo lo vi desde chiquita.

- ¿Cómo fue ese trabajo de entrelazar lo más documental con lo vivencial, con lo simbólico, con lo observado, con lo compartido?

- Sin duda, me parece que yo tenía cierta necesidad de poner en letras todo lo que guardaba dentro desde chica. Porque yo iba siempre al campo de mi padre, íbamos toda la familia, pasábamos temporadas enteras. Y ahí era toda vida de caballos, mulas, este los carneros que venían para carnearse y las plantas, la poda, una cosa muy hermosa esa vida. Pero vos sabes que los niños viven las cosas con naturalidad, aun matando un animal. Yo nunca estuve ni trastornada, ni estuve violentada psicológicamente. Yo no te puedo decir por qué, pero para mí eso era un ámbito integral, formo parte de mi vivencia y necesitaba escribirlo y contarlo con la altura con que lo hice. Al final, los dos muchachos que hacen la carneada se abrazan como si hubiesen terminado su gran obra de arte, porque al animal había que dejarlo prolijamente terminado, respetar el cuero sin una lastimadura del filósofo cuchillo. Y, es más, la forma que ellos movían su cuerpo para hacer los cortes desde el palo del travesaño hasta la cabeza, eran movimientos de ballet; lo hacían con un respeto y una gracia que parecían movimientos de ballet.

- Respecto del género de la crónica en particular, ¿Creés que tiene un valor especial en territorios como el nuestro, donde lo oral, lo afectivo, suelen ser tan potentes como lo escrito también?

- La verdad es que a eso no lo tengo muy claro; no sé si todo esto le llega a la gente como uno lo manda, como uno lo está contando. A veces lo más propio es lo que menos atención te demanda. Hasta el momento el libro ha tenido una respuesta muy linda, pero yendo a tu pregunta, yo no sé si tiene la repercusión en el pueblerino, al que debería despertar cierto interés, en el preguntarse ‘qué es lo que dice que yo no sepa, o cómo dice lo que yo ya sé’. En la presentación la gente participó con sus propios puntos de vista y yo espero que así sea.

- Respecto de eso justamente te pregunto ¿Qué lugar considerás que ocupa la memoria en tu escritura? ¿Escribir para vos es una forma de preservar o de reinterpretar lo que viviste?

- Escribir para mí, en la forma que lo hago, es darle inmortalidad a las cosas y a las historias; todo lo que queda escrito ya es eterno; si hay lectores el libro nunca muere. Ahora estaba ordenando la biblioteca con unas cajas cerradas que me quedaron de la mudanza y me moría de ganas de releer un montón de libros. A mí me gustaría que la gente tenga esa pasión por leer las historias que a nosotros nos acompañan, nos rodean.

- ¿Esa identidad del lugar que se filtra inevitablemente en lo que escribís, es algo que surge naturalmente, o es una búsqueda?

- Creo que eso es lo más genuino que tenemos. Estuve muchos años, durante largas temporadas, en Buenos Aires. Y yo creo que los pueblos del interior, no hay otra forma de decirlo, las provincias, son la verdadera Argentina, porque Buenos Aires es tan europea, es tan cosmopolita. Parece que fuésemos visitantes nosotros de esa de esa enorme urbe, lo que me permite mirar con esa distancia y objetividad el valor que tiene para nosotros volver a la tierra. Y más en nuestra Rioja donde todo está presente y sellado a fuego, como se dice. La riqueza original y primaria está en la tierra, empezando por el agua, fuente de vida. Permanentemente volvemos a la Pachamama, le agradecemos todo el tiempo. Sé muy bien la historia de la Chaya, que es toda una leyenda muy agradable porque te ayuda a entender un poco nuestra idiosincrasia y amar la tierra. Hay que ir y pedir permiso a la madre tierra, y en cada cosecha, los peones más que todos saben de estas cosas. Y ellos le hablan y hacen como un ritual y empezamos a cosechar para que la Pachamama nos ayude, nos bendiga; asas son historias nuestras. A eso vos lo llevas a Buenos Aires y no tiene mucho sentido, pero les encanta escucharlo. Yo no sé qué pensarán de nosotros cuando hablamos de la Salamanca, del Mikilo. Son nuestros mitos y leyendas, a los cuales los respetamos, y tratamos de que todo eso se sostenga.

- Ahí entra a jugar también tu multiplicidad, todo lo que sos. ¿Cómo hacés para que confluyan todas esas múltiples miradas en tu escritura? ¿Cómo se va combinando todo?

- Ocurre que tengo la cabeza llena de letras, las letras se vuelven palabras, las palabras me explotan en la cabeza y terminan formando ideas; quiero hacer tantas cosas y a veces no me da el tiempo, pero no me cuesta nada ponerme a escribir porque tengo muchas cosas en la cabeza, tengo mucha observación de la vida, de la naturaleza, del quehacer diario. Yo miro gente por la ventana mientras estoy con la computadora y veo dos personas que se paran acá a charlar, dos mujeres que conversan, y ya empiezo a imaginar y digo, “¿Qué estarán diciendo?” Las caras de una y la cara de la otra. Lo más lindo es observar la vida que tenemos, lo que hemos atravesado a lo largo de los años, con un padre que yo tuve que era autodidacta, que le gustaba vivir, amaba el campo, él era un ingeniero agrónomo que respetaba tanto las plantas, amaba las plantas. Y ahí hay un caudal muy grande de sensibilidad y cariño. Trato que todo eso salga entero y que pueda llegar al interlocutor.

- ¿Qué deseás que el lector encuentre en Crónicas Riojanas? ¿Qué te gustaría que se lleve consigo?

- Mira, hasta ahora la gente que lo leyó en Buenos Aires y algunos amigos de acá están fascinados, por eso que te conté al principio, de la dinámica. Hoy en día se vive a 1500 por hora, entonces, en virtud de esa premisa la gente está feliz con estas entregas dinámicas, cortas, que abren y cierran. No digo que todo el mundo sea igual, pero lo es en la generalidad y bastante se nota eso, y les despierta la curiosidad de muchas cosas nuestras. La historia del pueblo de Aicuña, por ejemplo, es algo increíble; la historia de zapatito que fue a la luna es una anécdota maravillosa.

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- ¿Qué lugar creés que ocupa hoy la literatura local en la construcción de la identidad cultural de una provincia? ¿Sentís que la representa de alguna forma?

- Yo creo que sí nos representa. En la Rioja yo he percibido un movimiento muy fuerte en lo cultural. Hay personas muy valiosas, muy valiosas. Hay mucha gente preparada. Tengo un alto respeto de mis coterráneos riojanos, son personas de alta capacidad, con muy buena preparación. Acá también la gente se prepara y sabe lo que hace. Por supuesto que es un ámbito que hay que ampliar siempre, porque quiera o no está como contaminado con las causas políticas. Las causas políticas contaminan de tal manera que, en vez de hacer difusión de la cultura, la mutilan. Esa es mi mirada, pero sé que tenemos un pueblo culto y preparado.

La escritora que narra el alma riojana

“Todo lo que queda escrito ya es eterno”, afirma Gladys Abilar. Su extensa trayectoria literaria y como mujer que se bifurca, tal como ella misma lo relata, dan cuenta de la consistencia de aquella definición. Su escritura, en “Crónicas riojanas”, al igual que lo largo y ancho de su obra así lo demuestra.

Abilar es, a todas luces, una eternizadora que, a través de las palabras, va trascendiendo su propio tiempo y apropiándose, al unísono, de los tiempos que la precedieron. Pero incluso va un poco más allá, dándole forma a los tiempos que están por venir y que no podrían ser sin ese testimonio escrito. Ocurre que la voz de Gladys Abilar tiene esa presencia que ancla en la profundidad del significado de cada una de las palabras que emplea para nombrar todo lo que la rodea, a partir de una lucidez tan asombrosa como cálida. Esa voz, que es también su voz literaria, no deja de hacer pie, al mismo tiempo, en esa capacidad tan particular de visualizar el entorno hasta hacerlo propio, hasta darle vida mucho más allá de lo que se puede apreciar a simple vista, llegando hasta el origen mismo de un todo al que le otorga entidad, presencia, vitalidad y trascendencia. Lo dicho anteriormente: la escritora despierta algo que estaba dormido, incluso en su propio ser, hambriento de una búsqueda constante que hace de lo cotidiano la fidelidad más precisa a las raíces de su existencia, como punto de partida. 

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La obra de Abilar abarca novela, cuento, poesía, aforismo, ensayo y literatura infantil, con una constante: la exploración del alma humana y el fuerte anclaje en la cultura y la geografía riojana.

Entre sus títulos más destacados se encuentran: Más allá del pecado (1993) | Eclipse de Lubna (1997) | Doce hogueras (2001) | Destino rabioso (2003) | Pensar sin permiso (1999) – Aforismos | Las lágrimas de Tánato (2011) - Premio SADE | Las aventuras de Lunimar (2017) - Literatura infantil | Lo que no pudo ser (2019) | Crónicas riojanas. Antología de mi tierra (2025)

En esta última obra, quizá una de las más significativas de su carrera, Abilar reúne una serie de crónicas que funcionan como un homenaje entrañable a su tierra natal. Historia, leyenda, paisaje y experiencia personal se entretejen en relatos donde la autora se posiciona como cronista y guardiana de una memoria regional que lucha por no ser devorada por el olvido. El ensayista Santiago Kovadloff, en la contratapa del libro, celebra la autenticidad de su voz y la capacidad de entrelazar erudición y ternura.

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Reconocimiento y pertenencia

A lo largo de su trayectoria, Gladys Abilar ha sido reconocida tanto por instituciones literarias como por el público lector. Su narrativa se destaca por una escritura clara pero poética, cargada de imágenes sensoriales, y una mirada crítica pero siempre amorosa sobre el devenir humano.

No sólo ha participado en certámenes nacionales e internacionales, sino que también ha contribuido a enriquecer la escena literaria riojana y nacional desde su rol de difusora de la palabra escrita y de la identidad cultural del interior argentino.

En sus textos, la Rioja aparece no como fondo decorativo, sino como sujeto. Sus personajes, sus silencios, sus colores y hasta sus ausencias están atravesados por el viento del oeste, por la tierra rojiza, por las casas que respiran historias antiguas y por la sabiduría popular que se transmite entre generaciones.

Una voz del interior que trasciende fronteras

Gladys Abilar representa una de esas voces esenciales del interior profundo, que escribe no desde los márgenes sino desde el corazón mismo de una cultura viva y resistente. Su obra es un acto de memoria, pero también un gesto de amor hacia lo propio. Lejos de los fuegos artificiales del mercado editorial concentrado en Buenos Aires, su literatura ha sabido abrirse paso por su consistencia estética y su profundo arraigo identitario.

Hoy, en tiempos de desarraigo y velocidad, la escritura de Abilar nos invita a detenernos, a escuchar a los abuelos, a mirar la tierra, a sabernos parte de una historia común. Y en esa invitación está también su legado.

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