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viernes, 07 de noviembre de 2025

Líbano apuesta al cine como memoria: la película de Cyril Aris va por el Oscar

Por Redacción Diario Sirio Libanés

En un país golpeado por décadas de ocupación e impunidad, el cine se ha convertido en una de las pocas herramientas que el pueblo libanés tiene para conservar su memoria y su identidad. La selección de Un mundo triste y hermoso, del director Cyril Aris, como la película que representará al Líbano en los Premios Oscar 2026, no es solo un reconocimiento artístico: es una declaración de supervivencia cultural.

El Ministerio de Cultura del Líbano anunció oficialmente que Un mundo triste y hermoso (A Sad and Beautiful World), dirigida por el cineasta libanés Cyril Aris, será la candidata del país a la categoría de Mejor Largometraje Internacional en la 98ª edición de los Premios de la Academia, que se celebrarán en marzo de 2026. La película, coproducida entre Líbano, Estados Unidos y Alemania, tuvo su estreno mundial el 31 de agosto en la sección Giornate degli Autori del Festival de Cine de Venecia, donde obtuvo el People’s Choice Award —un premio decidido por el voto del público— y recibió una ovación de pie.

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El film narra la historia de Yasmina y Nino, una pareja de jóvenes libaneses que intenta construir una vida en medio de los colapsos sucesivos que ha sufrido su país: la guerra civil (1975-1990), la crisis financiera de 2019 y la explosión del puerto de Beirut en 2020. Con humor, ternura y desesperanza, los protagonistas enfrentan un entorno donde el amor se convierte en una forma de resistencia cotidiana.

El propio Aris explicó que la película nació de una pregunta íntima y universal: si tiene sentido traer hijos al mundo en tiempos de descomposición social y violencia. “El pesimismo sobre el futuro es algo global —dijo—, pero en el Líbano ese sentimiento se multiplica: cada generación ha vivido su propio colapso”.

El director, formado entre Beirut y Nueva York, es una de las voces más reconocidas de la nueva generación del cine libanés. Antes de este largometraje de ficción, fue aclamado por documentales como The Swing (2018) y Dancing on the Edge of a Volcano (2023), obras que retratan, desde lo cotidiano, los traumas del país y la capacidad de su gente para seguir creando en medio del derrumbe.

Durante el rodaje de Un mundo triste y hermoso, en la primavera de 2024, el equipo enfrentó la amenaza permanente de un nuevo ataque israelí. “Israel seguía amenazando con bombardear Beirut, y en cualquier momento la filmación podía detenerse”, recordó Aris. “Fue un acto de fe seguir rodando mientras el país vivía bajo esa tensión constante”. La postproducción se realizó durante la guerra de septiembre a noviembre de ese año, en medio de apagones y restricciones económicas.

La película también es un homenaje al legado de los grandes nombres del cine libanés, como Maroun Baghdadi, Jocelyne Saab y Borhane Alaouie, pioneros que narraron desde los años setenta la guerra civil y sus secuelas. “En el Líbano no tenemos libros de historia. Nuestros libros terminan en 1975”, recordó Aris. “El cine se convirtió en la forma de entender cómo se sentía vivir en Beirut o en el sur durante la guerra. Yo mismo aprendí la historia de mi país a través de las películas”.

Aris sostiene que el arte libanés es, al mismo tiempo, testimonio y terapia colectiva. “Los artistas heredamos el trauma de la guerra civil, y a eso se suman nuestras propias heridas: las guerras con Israel, la explosión del puerto, la ruina de los bancos. El arte surge del dolor no procesado, de la necesidad de darle sentido a lo que vivimos”.

El reconocimiento internacional de Un mundo triste y hermoso llega en un momento en que la industria cultural libanesa intenta reponerse del colapso económico de 2020 y de los desplazamientos provocados por los bombardeos israelíes de 2024. Pese a la precariedad y la censura, varias producciones locales han retomado rodajes y festivales, impulsando una nueva ola de cine comprometido con la realidad social.

Para Aris, que actualmente prepara un nuevo proyecto ambientado entre varios países árabes, el envío de su película al Oscar no es un punto de llegada, sino un llamado a seguir contando la verdad libanesa desde dentro. “El cine puede ser político, puede ser arte, puede ser memoria. Pero, sobre todo, es una forma de resistencia”, afirmó.

En un Líbano aún marcado por la ocupación israelí, la corrupción interna y la falta de reconstrucción institucional, que una obra libanesa alcance la competencia más prestigiosa del cine mundial es más que un logro artístico: es un gesto de soberanía cultural. Porque en cada historia contada, el país reafirma que, aunque la tristeza lo atraviese, su belleza —humana, frágil, luminosa— sigue siendo un acto de resistencia frente al olvido.

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