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viernes, 05 de agosto de 2016

Pappé: “El sionismo fue construido mediante la expropiación de tierras” (Pt. 1)

Por Khalil Bendib traducido por María Landi

Ilan Pappé es un intelectual e historiador israelí, autor de una vasta obra en la cual denuncia al sionismo y la represión constante del Estado de Israel contra el pueblo palestino. En la actualidad es profesor de historia en la Universidad de Exeter, Reino Unido, luego de ser expulsado dela Universidad de Haifa debido a su postura crítica y sus reveladoras investigaciones.

Rebelión

-Ilan, su libro más reciente, escrito con Noam Chomsky y titulado: Sobre Palestina, ofrece un interesante contraste entre las viejas y las nuevas perspectivas de la izquierda sobre la cuestión de Palestina, entre el pensamiento de dos generaciones sobre esta cuestión. Uno de los contrastes más marcados es la cuestión fundamental de la llamada solución de dos Estados: gran parte de la izquierda liberal –siguiendo los pasos de la venerada ‘eminencia gris’ de la izquierda estadounidense, Noam Chomsky– básicamente abandona el principio ético de la igualdad de derechos para todos en nombre del pragmatismo. Usted habla de una vieja conversación versus una nueva conversación, y de un cambio de paradigma. Háblenos un poco más sobre esto.

-La idea surgió porque cada vez que viajo fuera de Palestina y hablo con la gente, las personas tienen dudas acerca de estas ideas de dos estados, un estado, y me dicen: “Usted sabe que es el pueblo mismo el que tiene que decidir. No es nuestro papel fuera de Palestina o fuera del contexto palestino o israelí, dar consejos a las personas sobre cuál solución es correcta o equivocada”. Y yo por lo general respondo –y esa es la cuestión que planteo en el libro– que no es sólo cuestión de si uno apoya una u otra solución; el aspecto más importante de esto es: ¿entiendes las implicaciones que tiene el paradigma de la solución de dos Estados? Porque de lo contrario uno se enreda en preguntas: ¿Es eso posible? ¿Es viable un solo Estado? Y para mí eso no es lo que está en discusión, todavía.

El debate principal es qué se esconde detrás de la idea de la solución de dos Estados. Lo que está detrás de la solución de dos Estados es este concepto: si el movimiento nacional judío y el movimiento nacional palestino llegaron más o menos al mismo tiempo al mismo lugar, y no fueron capaces de resolver la cuestión de a quién pertenece la tierra, y no fueron capaces de reconciliarse, lo que se necesitaba era una suerte de hermano mayor –en la forma de Estados Unidos y Gran Bretaña– que ayudara a estas dos partes a reconciliarse sobre la base de un enfoque yanqui de tipo empresarial, donde se divide la tierra, se divide la responsabilidad, y etc. Y esa es una manera muy equivocada de leer toda la historia de Palestina desde la llegada del movimiento sionista a finales del siglo XIX hasta la actualidad.

Esto no es un conflicto entre dos movimientos nacionales que luchan por el mismo pedazo de tierra. Se trata de la lucha entre un movimiento colonialista de asentamiento que llegó a fines del siglo XIX a Palestina y todavía intenta hoy colonizarla haciéndose de la mayor parte de la tierra con la menor cantidad de población nativa posible. Y la lucha de la población nativa es una lucha anticolonialista. Hay que ir a cualquiera de los estudios de caso históricos de un movimiento anticolonialista luchando contra una potencia colonialista y preguntarse: ¿en algún momento la idea de dividir la tierra entre el colonizador y el colonizado se presentó como solución razonable? Sobre todo para las personas que eran de izquierda o se consideraban a sí mismas como miembros conscientes de la sociedad. Y la respuesta es un rotundo no; por supuesto que nadie admitiría la división de Argelia entre los colonos franceses y los nativos argelinos.

E incluso en lugares en los que hubo colonialismo de asentamientos, es decir, en los que la población blanca en cierto modo no tenía adónde ir, como en Sudáfrica: si una persona progresista sugiriera hoy que había que dividir el territorio de Sudáfrica entre la población blanca y la población africana, sería considerada demente en el mejor de los casos, y en el peor, hipócrita y fascista. Esta lógica, que es tan clara para mucha gente en cualquier otro lugar del mundo, de alguna manera no funciona en el caso de Palestina. Y por eso es tan importante para mí explicar que parte del problema es lo que yo llamo la vieja ortodoxia, el viejo lenguaje que utilizamos, incluso las personas progresistas que apoyan al pueblo palestino. El discurso de los dos Estados en realidad es un lenguaje que no describe adecuadamente la realidad sobre el terreno en Palestina.

-Un problema fundamental que usted plantea es que, a diferencia de la lucha sudafricana, donde los opositores al apartheid no tenían ningún reparo en oponerse a la ideología de apartheid, una gran parte del movimiento de solidaridad con Palestina no se atreve a denunciar la naturaleza del sionismo. Y cuando eso ocurre se lo considera o se lo llama antisemitismo. Comente más por qué esa es una falla fundamental del movimiento.

-Sí, sin duda. Éste es un ejemplo importante. Está conectado con otro término –tal vez vamos a volver sobre esto en la charla–, y es que en vez de hablar de la solución de un Estado, yo sugiero hablar del cambio de régimen.

-Sí, sí. Hemos hablado de eso.

-Los dos están conectados en el sentido de que cuando se analiza la situación en Palestina, cuando nos preguntamos por qué la población palestina fue expulsada masivamente en 1948, por qué a las y los palestinos en Israel se les puso bajo régimen militar entre 1948 y 1967, por qué ese régimen militar fue trasladado desde Israel a Cisjordania yla Franjade Gaza ocupadas en 1967, por qué los beduinos en el sur de Israel y las poblaciones palestinas en el norte de Israel, al igual que los que viven en Jerusalén, están sometidas a una política de expropiación de la tierra y de estricto control en los lugares donde viven, y por supuesto la pregunta: ¿por qué Israel se niega a permitir que los refugiados regresen, e impone un sitio tan inhumano a Gaza?; cuando nos hacemos todas estas preguntas y buscamos la respuesta, sabemos ahora –mejor de lo que sabíamos antes– que la razón de todo esto es ideológica: es la ideología sionista.

Todas estas políticas son tácticas que tratan de conservar la tierra de Palestina como parte de Israel sin considerar demográficamente a las y los palestinos como parte de los ciudadanos y ciudadanas de esa tierra. Y esta idea de segregar los derechos de las personas nos es familiar. Ahora bien, eso es una ideología; no es una respuesta táctica a un problema, ni es sólo una política. Ni siquiera es una estrategia. Es la visión sionista, compartida por todos los partidos sionistas. Y es el principal y casi el único obstáculo para la paz y la reconciliación en Israel y Palestina. No abordarlo, y sólo hacer frente a las políticas israelíes aquí o allá, sería similar a abordar ciertas políticas de Sudáfrica durante el apogeo del Apartheid sin tocar en absoluto al apartheid. Y esto, por supuesto, se complica aún más.

No sólo los políticos y los medios de comunicación y el mundo académico se niegan a reconocer que la razón principal de la inhumanidad que campea en Palestina desde el siglo pasado es la ideología sionista; no sólo lo ignoran, sino que acusan a cualquiera que no lo haga de ser antisemita. Como si quienes condenaban al apartheid como ideología durante el apogeo de ese régimen nefasto hubieran sido acusados de ser anti-cristianos. Como te habrás dado cuenta en el libro, estoy aún más perplejo porque amplios sectores en el mundo occidental que por fin entienden esto, están siendo condenados por antisemitas por sus propias élites políticas; a pesar de que, por cierto, muchas de esas personas son judías.

-Bueno, entonces son “judíos que se odian a sí mismos” (risas). Así que no se puede escapar del estigma.

-No. De hecho, es un fenómeno que si uno lo mira con ojos fríos, es una locura. Es realmente una locura que, por ejemplo, cuando activistas judíos progresistas de Estados Unidos –que estuvieron en la vanguardia de la lucha por los derechos civiles en la década de 1960, que iniciaron el movimiento de solidaridad contra el apartheid en Sudáfrica, que se opusieron al imperialismo en Vietnam, en Chile, en otros lugares– aplican el paradigma universal de los derechos humanos a Israel, se les acuse de ser judíos que se odian a sí mismos; esto demuestra que se trata de algo anormal. Y eso sólo se puede hacer mediante la intimidación, el lobby, la presión y probablemente una buena dosis de islamofobia. De lo contrario, es muy difícil explicar lógicamente por qué esta manera tan humana y normal de analizar la situación es tratada así.

-En su libro, Sobre Palestina, en coautoría con Noam Chomsky, usted habla del término “ortodoxia de la paz”, al que considera como una tendencia más racista que pragmática. Usted llega a decir que entre los defensores de la solución de dos estados “el diccionario de la ortodoxia de la paz surgió de la creencia casi religiosa en la solución de dos estados. Y eso viene directamente de una versión temporal de 1984 de Orwell”.

-Sí. Es una neolengua. Quiero decir, aquí estoy usando a Orwell en su referencia a la neolengua, ese tipo de lenguaje que no sólo nos impide llamar al pan, pan, sino que designa exactamente lo contrario. Por lo general, una realidad cruel se describe como algo benévolo en la neolengua de Orwell. Y creo que lo mismo pasa con ciertos términos que para mí son sagrados: “paz”, “justicia”, “reconciliación” son tres de las palabras más sagradas en nuestro vocabulario como seres humanos. Ellas realmente representan la forma más alta del anhelo humano de vivir en paz unos con otros, de vivir en una sociedad mejor. Ahora, utilizar estas palabras con el fin de encubrir un proceso que en los hechos logra exactamente lo contrario –en lugar de la reconciliación, siembra más división, animosidad y odio; en lugar de paz, crea la guerra; y en lugar de justicia, mantiene un sistema de apartheid–; usar estas palabras como un escudo protector para describir una realidad que es exactamente lo contrario de lo que significan, eso para mí es incluso peor que el racismo. Es una especie de pesadilla orwelliana que tengo cuando la gente empieza a usar las palabras de esa manera.

Creo que lo que pasó –y yo trato de describirlo en la introducción al libro– es que la idea de los dos estados comenzó como una estratagema israelí sionista después de 1967 para conciliar un problema muy simple: habían expulsado a millones de palestinas y palestinos en 1948, pero debido a su apetito territorial, querían tomar las partes de Palestina que no habían ocupado en 1948 (Cisjordania yla Franjade Gaza); pero con el territorio llegó otro millón y medio de población palestina (hoy en día tres millones). Para conciliar el hecho de que ahora tienen la totalidad de la tierra, pero enfrentan lo que para el movimiento sionista es una pesadilla demográfica, uno de los medios que han utilizado es el proceso de paz.

El proceso de paz fue utilizado por los israelíes como una especie de mensaje para decirle al mundo: “Como pueden ver, ahora le estamos negando a los palestinos en los territorios ocupados todos los derechos humanos y civiles fundamentales. Como pueden ver, estamos expropiándoles sus tierras, estamos construyendo asentamientos judíos en ellas, estamos expulsándoles masivamente y encarcelándoles incluso por atreverse a izar la bandera palestina. Pero todo esto es temporal, por supuesto; cuando llegue la paz, se eliminarán todas estas medidas”.

Por supuesto, se puede entender por qué las personas de izquierda en Occidente sucumbieron a esta explicación después de cinco o de 10 años de ocupación. Todavía se puede entender por qué podrían seguir teniendo esperanza de que los israelíes fueran sinceros, o de que el mundo tiene el poder de obligar a Israel a serlo. Pero después de casi 50 años, aferrarse a esta idea –que es una estratagema israelí para profundizar la colonización de las zonas que ocuparon en 1967 y para eliminar cualquier posibilidad de negociar las zonas que ocuparon en 1948, o el retorno de las y los refugiados– es ser realmente muy rígido y dogmático en la percepción de la realidad. Se podría haber esperado que las voces críticas de las izquierdas estadounidense y europea estuvieran un poco más alertas a la clase de trampa que Israel muy hábilmente les ha puesto.

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