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lunes, 13 de noviembre de 2017

Memorándum sobre Libia - Mentiras contra el Estado, el Guía y el ejército (II)

Por Saif al Islam Kadhafi

El hijo del líder libio Muammar Kadhafi pasa revista al complot desintegrador a que ha sido sometido su país y el consecuente sufrimiento sufrido por su pueblo durante los últimos 6 años.

Red Voltaire
Parte II (viene de Parte I )
Las violaciones de los derechos humanos por parte de las milicias

Los comandantes de las milicias y los señores de la guerra han perpetrado odiosos crímenes contra la humanidad, han destruido ciudades e infraestructuras vitales durante los 6 últimos años:

► personas han sido quemadas, cocinadas vivas y sometidas a las peores formas de tortura; 
► presos políticos, agentes de seguridad y soldados [del gobierno anterior] fueron arrojados en la fundición de Misurata; 
► sobre todo, las milicias han organizado un tráfico de órganos humanos extraídos a los presos en las cárceles. 
► en el contexto cada vez más complejo del escenario político libio, DAESH [el Emirato Islámico] agregó nuevas atrocidades, masacrando gente, crucificándola y mutilando sus órganos genitales.

Una limpieza racial y étnica sin precedente, un genocidio, se cometió contra 5 localidades libias y su pueblo. El 55% de los libios han sido obligados a huir de su país hacia los Estados vecinos. Además, cientos de casas fueron incendiadas en Bani Walid [17 ] y en otras 5 localidades de Warshafana, [18 ], la ciudad de Sirte fue arrasada [19 ], zonas residenciales pobladas fueron bombardeadas en Benghazi [20 ] y en Derna. Hasta la cosmopolita Trípoli sufrió una purificación étnica y racial, sobre todo en las zonas fieles a Muammar el-Kadhafi.

Además de perpetrar violaciones sistemáticas de los derechos humanos, las milicias y sus jefes destruyeron las infraestructuras esenciales [21 ]. En julio de 2014, incendiaron el aeropuerto de Trípoli y quemaron la flota aérea así como los tanques de petróleo 24 y 25 [22 ] [23 ] [24 ] [25 ].

A pesar de las acciones destructivas de las milicias y de la brutal tortura, la comunidad internacional y los órganos de la ONU han ignorado esos crímenes y no han llevado a esos señores de la guerra ante los tribunales [26 ].

Las atrocidades de la OTAN y de las milicias libias contra civiles y personalidades públicas

Los civiles fueron blanco de los aviones de la OTAN en diversas ciudades, como Zleitan, Sirte, Surman, Trípoli y Bani Walid. En el sur de Zleitan, exactamente en Majeer [27 ], 84 familias, principalmente mujeres y niños, fueron asesinadas mientras dormían durante los ataques aéreos de la OTAN [28 ]. Los medios de difusión mostraron los cuerpos de niños hallados entre los escombros y el cadáver cortado en dos de una mujer, Minsyah Khleifa Heblow. Otras personas más murieron en esa terrible escena.

En otro caso, la familia de Khaled K. Al-Hamedi pereció en ataques aéreos de la OTAN dirigidos específicamente contra su casa, donde mataron a sus hijos [29 ]. Además, la familia Al-Jafarh pereció en Bani Walid [30 ] cuando la OTAN atacó su casa durante el sagrado mes del Ramadán. Tampoco deben pasarse por alto el bombardeo, bien documentado, contra la caravana de Muammar el-Kadhafi en Sirte y el asesinato del más joven de sus hijos, Saif al-Arab, en su casa de Trípoli [31 ].

Las violaciones de los derechos humanos, los homicidios y torturas sistemáticos contra los civiles libios prosiguieron después de que las milicias tomaran el control de Libia. Las víctimas eran civiles que no habían participado en la guerra. Eran en su mayoría personas de edad avanzada y no podían portar armas. El popular actor Yussef Al-Gharyani fue detenido y torturado por las milicias de Al-Zawiya.

Las milicias de Misurata también detuvieron y torturaron al ex muftí de Libia, que tenía entonces 80 años, Al-Sheikh Al-Madani Al-Sharif [32 ], porque no había aprobado ni respaldado la intervención de la OTAN [33 ].

El célebre cantante Mohammed Hassan fue violado y puesto bajo prisión domiciliaria [34 ]. Otros, como el economista Abd-al-Hafid Mahmud al-Zulaytini, fueron juzgados y condenados a largas penas de reclusión con otras personas condenadas a muerte y a diversas penas de cárcel. Es absurdo que esas personalidades hayan sido juzgadas por tráfico de droga, tráfico de personas y violación, además de otras 17 acusaciones [35 ]. La pregunta que se plantea es saber cómo habrían podido esas personas unirse y conspirar juntas para cometer tales crímenes durante 9 meses.

Después de que la OTAN pusiera a sus milicias en el poder, se cometieron crímenes horribles contra ciudadanos libios y extranjeros. Un copto fue asesinado en el batallón de Misurata [36 ], más coptos fueron asesinados en Sirte [37 ], numerosos trabajadores cristianos etíopes fueron masacrados [38 ], el profesor estadounidense de inglés Roni Smith fue asesinado en Benghazi [39 ], el personal de Cruz Roja en Misurata fue masacrado en 2014 [40 ], hubo un atentado con bomba contra la embajada de Francia en Trípoli [41 ] y el embajador de Estados Unidos fue asesinado en Benghazi en 2011 [42 ].

Human Rights Watch denunció todos los crímenes anteriormente mencionados y, en ciertos casos, la OTAN reconoció su responsabilidad. Pero la CPI optó por ignorarlos y no investigó ninguno, a pesar de que diferentes organismos nacionales e internacionales exigieron la apertura de investigaciones transparentes.

La CPI ha fracasado en lo tocante a la guerra en Libia. No ha emitido ni una sola orden de arresto contra los jefes de las milicias y de las fuerzas de la OTAN. Parece que la política deliberada de la CPI consiste en ignorar esos crímenes bien documentados y concentrarse sólo en la acusación y juicio contra Saif al-Islam.

En cuanto a la familia de Muammar el-Kadhafi, la CPI no puede ser considerada seria, como en el caso de las torturas contra Al-Saadi Kadhafi, sobre el cual el fiscal de la CPI dijo que proseguía la investigación. Lo mismo se aplica al caso de Abdullah Senussi, sobre el cual el fiscal de la CPI afirmaba que ese órgano sigue deliberando sobre su condena a muerte [pronunciada en Libia]. Su predecesor ya había hecho una declaración similar sobre el bombardeo y el asesinato de Muammar el-Kadhafi y de los cientos de personas que conformaban su convoy.

La CPI tampoco ha dado muestras de seriedad ante otros crímenes que cometieron las milicias contra miles de libios. Lo único que le interesa [a la CPI] es hacer callar la voz de Saif al-Islam y eliminar toda posibilidad de liderazgo.

Los Estados miembros de la OTAN y los mini Estados del Golfo deberían ser considerados responsables del caos creado en Libia desde 2011. Ellos intervinieron en Libia bajo el pretexto de que Muammar el-Kadhafi estaba masacrando a su propio pueblo.

El escenario del dirigente que asesina a su propio pueblo nos trae a la mente lo que Tony Blair decía sobre Irak. Blair declaró en 2016 que [la invasion contra Irak] era «lo correcto y si Saddam se hubiese mantenido en el poder, durante la primavera árabe habría masacrado a los rebeldes» [43 ]. El resultado fue la destrucción de países, miles de personas desplazadas y el robo de los bienes nacionales. Como resultado de la intervención militar de la OTAN en Libia fueron asesinados miles de libios, entre ellos Muammar el-Kadhafi y sus hijos, y millones de libios pasaron a ser desplazados.

Seis años después, la estabilización de Libia está lejos de concretarse. En pocas palabras, las milicias luchan entre sí, así como las fuerzas militares de los países occidentales que se ponen de parte de milicias diferentes. Francia sigue implicada en el plano militar y en julio de 2016 perdió 3 soldados en Benghazi, abatidos por grupos que respaldaban el levantamiento de 2011. En aquella época, París había calificado el levantamiento de «revolución» que tenía el deber de respaldar. Si aquello era cierto, ¿por qué continúa la guerra actualmente? ¿Y por qué fueron asesinadas 700 personas, principalmente oficiales del ejército? ¿Por qué fueron asesinados en Benghazi los miembros del personal del consulado de EEUU? ¿Por qué persiste Occidente en ignorar la barbarie de DAESH, que sigue degollando gente en Sirte, Misurata y Derna?

Resulta evidente la respuesta a esta última pregunta. Esos criminales recibieron el respaldo de Occidente en 2011 porque combatían al gobierno, según ellos apóstata. ¿Por qué DAESH portaba el mismo uniforme que se había importado para los soldados libios? ¿Quién se los entregó? ¿Por qué los hombres de DAESH recibieron una paga del ministerio libio de Defensa?

Las respuestas a esas preguntas hay que buscarlas interrogando a quienes verdaderamente dirigen el país actualmente, o sea Belhadj, Al-Shareef, el Grupo Islámico Combatiente Libio y quienes dirigen junto a ellos, los miembros del Congreso Nacional.

El pueblo libio y ciertas ONGs internacionales conocen bien a los actuales gobernantes de Libia. Libia sigue hasta ahora bajo control de los grupos yihadistas y Occidente los respalda a pesar de todos los crímenes que cometen contra Libia y contra el pueblo libio.

¿No es extraño que los países occidentales, desde Noruega y Canadá por el norte hasta Malta e Italia por el sur, además de Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Sudán y Marruecos, se hayan asociado en una agresión militar contra civiles que no eran hostiles a ellos, contra Saif al-Arab, Muammar el-Kadhafi, la familia Khuwaylidi y las 84 víctimas inocentes de Madjer?

Sin embargo, esos mismos Estados son pacientes y tolerantes con DAESH en Sirte, en Misurata y en Benghazi, y soportan atentados con bombas contra ciudades francesas y belgas. En realidad, los Estados miembros de la OTAN y sus aliados tendrían que atacar [a los yihadistas] y bombardearlos como hicieron con Libia en 2011.

Finalmente, como complemento a toda esta serie de crímenes, los Estados occidentales designaron como jefe del Estado libio a Abderrahmane Souihli, criminal de guerra, responsable de la destrucción de Bani Walid y del asesinato de sus hijos. Nombraron primer ministro a su sobrino, Ahmed Miitig [44 ]; a su sobrina, Nihad Miitig, la convirtieron en directora general de Relaciones Exteriores [45 ]; y después nombraron a su cuñado, Fayez el-Sarraj, como nuevo primer ministro.

Además, Abderrahmane Souihli hizo un acuerdo con Abdelhakim Belhadj, el comandante del Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL), para garantizarse el apoyo de los islamistas en la elección presidencial. Sin embargo, en Libia todos saben que, si hoy mismo hubiera elecciones, esas personas no podrían contar ni siquiera con los votos de sus propios familiares. La popularidad de Belhadj quedó demostrada en las elecciones legislativas, donde obtuvo sólo 50 votos en el distrito de Sauaq Al-Jumah, que cuenta 250 mil habitantes.

Mientras tanto y mientras escribo estas líneas, la población de las ciudades de Libia, incluyendo la capital Trípoli, donde vive una tercera parte de la población libia, sufre escasez de agua, vive en la oscuridad debido a los cortes de electricidad y carece de instalaciones médicas y de lo necesario para satisfacer las necesidades humanas fundamentales. Según la ONU, 65% de los hospitales están cerrados [46 ], mientras que el dinar libio se ha desplomado y la producción de petróleo ha pasado de 1,9 millones de barriles diarios a 250 mil barriles [47 ].

Para colmo de sufrimientos del pueblo libio, las principales carreteras están interrumpidas por causa de las operaciones militares y de la proliferación de bandas, además de la campaña de bombardeos que se extiende desde Derna hasta el este de Sirte y el oeste de Benghazi y Ajdabiya. Las noticias cotidianas más frecuentes son los secuestros con pedidos de rescate y el tráfico de armas que florece a través de internet.

En conclusión, resulta que tenemos que agradecer a nuestros hermanos de Qatar y de los Emiratos Árabes Unidos, de Sudán, de Túnez y de la Liga Árabe, a los países de la OTAN, de la Unión Europea y a todos los que convirtieron Libia en un Estado en quiebra.

Después de la liberación de los prisioneros islamistas y de todos los demás, Libia se ha convertido en un espacio para albergar las más grandes cárceles privadas. Un país que atraía inversionistas del mundo entero se ha convertido en un Estado exportador de migrantes, entre los que se cuentan sus propios ciudadanos.

El 55% de su población ha emigrado y se ha refugiado en todas partes en el extranjero. Un Estado que reunió a los mejores expertos jurídicos y constitucionales del mundo, que fue capaz de forjar una Constitución nueva y moderna, está convertido ahora en una zona gobernada por 1500 milicias. Y, para terminar, un Estado donde el robo era algo raro e inhabitual ha sido convertido en un lugar donde cuerpos humanos mutilados y en estado de descomposición aparecen cotidianamente en las calles y carreteras, y esto se convierte en cosa rutinaria y banal en todo el país.

Comentario sobre el informe de Herland: Saif al-Islam Kadhafi y la CPI

Antes del levantamiento, Saif al-Islam era el arquitecto de la nueva Libia. Presentó su nueva visión de una Libia sin prisiones políticas, respetuosa de la Carta de Derechos Humanos, de la distribución de la riqueza, de la prosperidad y la democracia [48 ]. Emprendió reformas políticas y económicas con las que los presos islámicos radicales fueron liberados y rehabilitados y pudieron implicarse en la sociedad libia.

Fuentes locales confirman que cuando se produjo la sublevación violenta en algunas ciudades, Saif al-Islam aportó su ayuda a las personas desplazadas a través del país, liberó a los presos de la insurrección, garantizó la seguridad de los habitantes de Misurata atrapados en los combates y a los pobladores de Benghazi que huían de las zonas de combate.

También reclamó y apoyó los esfuerzos de paz por solucionar la guerra. Según fuentes locales, pidió a la administración de la universidad de Benghazi que imprimiera 5000 octavillas y que las distribuyera en el convoy pacífico que partió de Benghazi observando los derechos humanos. Exhortó al ejército a respetar sus reglas de enfrentamiento, prohibiendo el uso de la fuerza contra manifestantes, según el jefe de la Cámara de Operación Conjunta de 2011, Marchal Al-Hadi Embarrish, a quien las milicias de Al-Zintan hicieron prisionero, maltrataron y privaron de atención medica hasta que murió de cáncer en la cárcel, en 2014  [49 ].

A pesar de los incansables esfuerzos de Saif al-Islam Kadhafi a favor de la paz, los aviones de la OTAN lo tuvieron como blanco en un intento de asesinato que se saldó con la muerte de 29 de sus compañeros y lo dejó con una limitación física permanente [50 ]. Además, perdió dos dedos y sufrió múltiples heridas. Pero la CPI no ha investigado ese raid aéreo, como tampoco supervisó sus 5 años de cautiverio en condiciones de aislamiento [51 ]. La CPI ha persistido, eso sí, en exigir su arresto y juicio cuando fue condenado a muerte por un tribunal libio reunido en la cárcel de Al-Hadba bajo la dirección de Khaled Al-Sharif, hombre de Belhaj.

Por esas razones, además de la deshonestidad de la instrucción, lo único que se imponía era rechazar el caso. Era posible hacer valer que había que abandonar el caso en todos sus aspectos, sobre todo después del asesinato del fiscal de Benghazi y de la huida de la mayoría de los funcionarios del ministerio público, quienes eran objeto de inmensas presiones por parte de las milicias. Ante tales circunstancias, los argumentos de la CPI son que la pena de muerte contra Saif al-Islam no se aplicó y que por tanto él debería ser arrestado y encarcelado en la prisión de Al-Hadba.

Pero el ministerio libio de Justicia apeló contra su condena a muerte porque el juicio no había sido justo, ya que el tribunal se hallaba en una cárcel bajo control de Al-Sharif, quien ejerce un poder sobre el tribunal y sus magistrados. Sin embargo, la CPI siguió llamando a un nuevo juicio e ignoró el hecho que Saif al-Islam estaba detenido en la cárcel de Al-Zintan y que el tribunal de Trípoli lo había juzgado a través de un circuito cerrado de televisión. La CPI debería respetar la justicia libia y estar consciente de que una persona no debe ser juzgada 2 veces por un presunto crimen. Pero el objetivo final de Occidente y la CPI es deshacerse de Saif al-Islam Kadhafi, como hicieron antes con su padre, Muammar el-Kadhafi, y con sus hermanos.

Es hora de que la CPI abandone su doble rasero y se ponga del lado del pueblo libio en su objetivo primordial de salvar el país de esas milicias y de construir una Libia nueva, donde reinen los derechos humanos, la prosperidad, el desarrollo y prevalezca el derecho. También exigimos a la CPI que abandone su apelación tendiente a que Saif al-Islam sea extraditado y juzgado en La Haya.

La CPI debería reconocer y respetar la ley de amnistía general del ministerio libio de Justicia. Saif al-Islam Kadhafi debería poder asumir su papel en la lucha por una nueva Libia democrática. En este sentido y después de que los Estados occidentales han comenzado a ver su propio error, estos últimos deberían trabajar con los libios sinceros y las ONGs para llevar a esas milicias y a sus jefes ante los tribunales, por el bien de la paz y de la reconciliación.

 

Nota: Por extensión de la publicación, la misma se ha particionado. La Parte I en este enlace. 

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