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Editorial
martes, 17 de junio de 2014

El caos que buscaba la invasión a Irak de 2003

Por Yaoudat Brahim

Al invadir Irak con falsos argumentos el año 2003, la administración de los Estados Unidos de Norteamericana anunció el proyecto del Nuevo Medio Oriente y su plan de promover lo que llamó el “Caos Constructivo” para diseñar este Nuevo Medio Oriente con el simulado fin de acabar con los problemas de la región y el verdadero propósito de lograr sus objetivos estratégicos, a cuya cabeza se ubica la defensa de Israel y sus proyectos.

La actual situación en Siria e Irak, amén del clima reinante en toda la región al Este del Mediterráneo demuestran que Estados Unidos ha llevado a cabo sus planes y ha sembrado en todos los rincones de la región un caos sin precedentes donde las instituciones estatales se van derrumbándose, la identidad nacional desapareciéndose, el secularismo retrocediéndose, y la barbarie extendiéndose.

Antes del 2003 no había terrorismo en Irak, ni guerra en Siria, ni organizaciones islamistas radicalizadas por todos lados, ni refugiados y desplazados, ni injerencia de las potencias regionales e internacionales en el tejido social del pueblo de la región que se ha convertido en rebaños religiosos al servicio de los centros confesionales de turno.

Estados Unidos ha acertado en su estrategia, y los miles de miles de millones de dólares gastados en los últimos años para promover su nuevo oriente medio están dando frutos. Y si a principio del siglo veinte la región fue dividida y dominada por las potencias europeas de aquel momento (Francia y Inglaterra) por medio del pacto Sykes-Picot de 1916, hoy les toca a Estados Unidos, un siglo después, extender sus dominios a partir de un nuevo plan que vuelve a subdividir lo dividido para asegurar los intereses de su aliado Israelí que encuentra en el caos regional la mejor forma de seguir ignorando las demandas internacionales de solucionar el conflicto en Palestina, y en la divisiones religiosas y el surgimiento de Emiratos islamistas la mejor forma de justificar su aspiración a ser un estado judío dentro del mosaico de fanatismo religioso que reina en la región.

Atrás quedó la rica diversidad religiosa, confesional y étnica en Siria, Irak, Líbano y Palestina que ha sabido fundar estados seculares y movimientos de liberación nacionales basados en la identidad nacional que hoy, y gracias a la política de Estados Unidos y sus aliados, están siendo reemplazado por estados y movimientos confesionales basados en la ceguera del fanatismo y la dependencia del financiamiento externo regional e internacional.

El terrorismo y la barbarie que están teniendo lugar en la región no son productos de los conflictos internos de sus sociedades que tienen en su haber largos siglos de convivencia y hermandad y de lucha común contra las ocupaciones y los colonialismos de turno. Las grandes potencias, especialmente las occidentales, que se supone deban asumir mayor responsabilidad en promover la estabilidad en el mundo y trabajar para el bienestar de los pueblos, son los autores directos de tantas tragedias que suceden en la región del Oriente Medio y que constituyen una afrenta para los valores que estas potencias arguyen defender.

Ante tanto descalabro, el debate acerca de la solución a los problemas de la región debe volver a sus pasos y ubicar en el centro del escenario las causas originales que desataron tanta desgracia. El problema ya no es de índole interno, ni culpa de uno u otro de los gobiernos, ni desatado por esta o aquella de las organizaciones terroristas. Allí chocan intereses ajenos a los intereses de los pueblos, tanto de potencias regionales como internacionales, que deben ser enfrentadas y paralizadas para permitir a dichos pueblos la búsqueda de una solución acorde a sus intereses. Los miles de combatientes que han tomado a la región como rehén no son representativos de los millones de sirios e iraquíes que anhelan recuperar su vida normal y acabar con el incesante baño de sangre impuesto sobre ellos.

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