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Siria
miércoles, 02 de octubre de 2019

Siria, o cómo hacer frente a las sanciones económicas

Por Pablo Sapag M. / Damasco

Hoy en Siria todos los ojos miran al Banco Central y no al Ministerio de Defensa. Para la mayoría de los sirios lo verdaderamente apremiante ahora es la economía.

Hoy en Siria todos los ojos miran al Banco Central y no al Ministerio de Defensa. Con una situación militar decantada en el 90 por ciento del territorio y desde hace tiempo a favor del Estado y sabedores de que lo que ocurra en la parte de Idleb aún controlada por la filial local de Al Qaeda depende más de Turquía y de tortuosos encajes diplomáticos, para la mayoría de los sirios lo verdaderamente apremiante ahora es la economía.

Desde 2011 las pérdidas materiales ascienden a 428 mil millones de dólares, es decir, el equivalente a seis veces el PIB que tenía Siria antes de la crisis, unos 74 mil millones de dólares. En la actualidad el Producto Interno Bruto difícilmente llega a los 40 mil millones de dólares, una contracción de casi el 50 por ciento.

Y no es de extrañar, porque el conflicto armado se ha llevado por delante no sólo infraestructuras básicas y esenciales para la salud y la educación de los sirios, también la industrial. Ahí están el este de Alepo, la ciudad de Adra Industrial en la Gobernación de Damasco y otros polos productivos arrasados y cuyas máquinas terminaron destrozadas o en Turquía, sino más lejos.

A lo anterior se suman las sanciones impuestas a Siria desde el mismo 2011 y que han dificultado a límites insospechados su comercio exterior, la posibilidad de importar insumos y maquinaria básica para poder reactivar la economía o las dificultades para que empresarios sirios puedan viajar en busca de clientes. Las restricciones más duras afectan al sistema bancario en su conjunto con lo cual se bloquean las transacciones comerciales con el exterior.

Coincidiendo con el final de la parte álgida del conflicto armado librado entre grupos armados apoyados desde el exterior, incluidos yihadistas con extranjeros en sus filas, y las fuerzas del Estado, esas sanciones económicas se han recrudecido.

En enero de 2019 la Cámara de Representantes de EEUU aprobó la llamada “Ley César de Protección a los Sirios”, en realidad una nueva batería de medidas que en la práctica castiga a los sirios en su conjunto ya que sanciona a cualquiera que trate con el Estado sirio, algo ineludible si lo que se quiere es echar a andar una empresa o producir cualquier cosa dentro de la legalidad, se tenga el pensamiento político que se tenga.

A la estela de esa legislación estadounidense aún pendiente de ser visada por el Senado pero ya de plena aplicación, se han sumado las renovadas sanciones, al menos hasta junio de 2020, de la Unión Europea y las de algunas monarquías absolutas del Golfo Pérsico.

Toda esa panoplia de sanciones ha dificultado, además, la importación de petróleo en un país que antes de la crisis era autosuficiente, aunque nunca fue un gran exportador. Con muchos pozos inutilizados y otros en manos de grupos kurdos apoyados por EEUU, hoy en Siria hay crisis energética.

El Estado se ha visto obligado a racionar más incluso que en los peores momentos del conflicto armado los litros de bencina subvencionados a los que tienen derecho transportistas y particulares. Para los primeros ahora son sólo 100 al mes, lo que a un taxista  damasceno o de cualquier otra gran ciudad siria como Alepo o Homs le alcanza para no más de diez días. Para los particulares, una treintena de litros por mes.

El sistema está bien organizado a través de tarjetas informatizadas que llevan estrictamente la cuenta de lo dispensado y que permiten abastecerse en cualquier surtidor al precio de 250 liras sirias por litro. La gasolina por la libre, sin embargo, puede triplicar ese precio, alcanzando un dólar por litro lo cual la convierte en un bien privativo en un país donde hoy los sueldos medios apenas llegan a los 50 dólares por mes. En muchos casos esa cantidad solo se alcanza con más de una ocupación.

Pese a todo el tráfico vehicular no solo no se ha resentido sino que ha aumentado en relación a los peores años de la crisis, síntoma de que la demanda se ha reactivado. De hecho no son pocos los taxistas y otros transportistas que incluso se abastecen en Líbano donde la bencina puede costar hasta cuatro veces más que la que en Siria se compra por la libre, aunque es de mejor calidad que la que hoy sale de la refinería de Homs, también sometida a sanciones y por lo mismo con problemas de insumos, lo cual se nota en el refinado final.

Para aquellos que van al vecino país con el que se mantienen abiertos y a pleno rendimiento los cinco cruces oficiales –en su momento apenas funcionaron dos- se trata de una inversión: la bencina es más cara en Líbano pero deteriora menos el motor por lo que hay ahorro en repuestos mecánicos, otro problema para los conductores sirios ya que el embargo también afecta a la importación de esas piezas.   

Las nuevas sanciones han llegado en el momento en que los desplazados vuelven por decenas de miles a Siria disparando una demanda deprimida los años anteriores, lo que contribuyó a controlar una inflación y una devaluación de la lira siria solo vista los primeros años de la crisis.

De hecho, la divisa siria, que antes de 2011 cotizaba a 50 por dólar, desde 2015 y hasta mediados de este año permanecía estable, cambiándose un dólar por 435 liras. Hoy eso ya no es así. Un dólar está por encima de las 610 liras y algún día del mes de septiembre ha rozado las 700.

Por eso los sirios miran al Banco Central de la damascena Plaza de Los Siete Mares, así bautizada a partir de la Independencia en 1946 y tras eliminar el nombre colonial que le habían impuesto los imperialistas franceses, al ser siete las avenidas que allí confluyen, entre ellas las distribuidoras de Pakistán y Bagdad.

Es la zona en la que se concentra buena parte de la actividad financiera de la capital siria, hoy pendiente de las intervenciones que ha tenido que hacer la reserva nacional para sostener la lira. En parte lo ha conseguido usando sus reservas para contener la escalada alcista de la moneda estadounidense y evitar una dolarización de facto y más aún de iure, como ocurre en el vecino Líbano desde tiempos inmemoriales. Allí la inflación se descuenta de hecho a través de unos precios dolarizados en la práctica incompatibles con el minúsculo PIB local y al que los libaneses ya se han resignado porque saben que una vez que una economía se dolariza legalmente no hay forma de volver a tener control sobre la política monetaria.

En Siria la moneda estadounidense ha logrado estabilizarse en el rango de las 600 liras por dólar a finales de septiembre, aunque el castigo a la población siria derivado de las sanciones es evidente.

Hoy los sirios se esfuerzan más que nunca por llegar a fin de mes. Cada lira cuenta porque los mercados y centros comerciales están bien abastecidos pero los precios son altos para muchos. Tanto que periódicamente la propia televisión estatal siria dedica programas para que la población denuncie los abusos de algunos especuladores, lo que motiva la inmediata intervención de los inspectores de comercio y consumo.

Por eso los sirios tienen que echar muchas cuentas antes de adoptar una decisión de compra. En septiembre, por ejemplo, y pese a que había descuentos de hasta el 70 por ciento en productos de temporada, además de la comida básica, los sirios han privilegiado el material escolar y los clásicos guardapolvos azules que se usan en las escuelas, hoy funcionando a pleno rendimiento por la vuelta de muchos desplazados desde Jordania, Líbano y otros lugares. Lo hacen por los reabiertos pasos fronterizos. Desde hace unos días a ellos se ha sumado el de Albukamal con Iraq. Cerrado durante cinco años, ahora permitirá reactivar el comercio a través de la estratégica autopista entre Bagdad y Damasco.

Las sanciones han hecho que la vida sea dura. Ya no hay tiros ni se corre el riesgo de que a alguien en la céntrica Plaza de los Abasidas le caiga un proyectil de mortero lanzado desde Jobar o Duma, en la Gouta Oriental damascena. Para muchos hoy la preocupación es reunir las cincuenta y cinco liras –menos de diez centavos de dólar- que cuesta un service o furgón de transporte compartido entre Jaramana y Bab Tuma.

Las autoridades lo saben y hoy la mayoría de sus reuniones de trabajo e intervenciones públicas, del Presidente hacia abajo, están orientadas a hacer frente a esta emergencia económica.

En el sector energético no solo se trata de que el racionamiento sea eficiente. También de buscar fuentes de energía alternativas. Siria hoy no produce ni el 20 por ciento de barriles de petróleo de antes  de la crisis. Por eso la alternativa es la energía solar, con paneles dominando los tejados de las ciudades sirias, y recientemente, la eólica.

Hace poco más de un mes se inauguró en las proximidades de la autopista M-1 que conecta Tartus con Homs y a solo una veintena de kilómetros de esta ciudad, la primera turbina productora de electricidad a partir del viento. Puede llegar a producir 5 MW y la electricidad que genera se distribuye a través de la red eléctrica de la Gobernación de Homs. La turbina fue construida íntegramente en Siria por un empresario local en la Ciudad Industrial de Hasia, al sur de Homs y uno de los pocos grandes polígonos industriales sirios que no resultaron afectados por los ataques de los grupos armados y los combates posteriores.    

La voluntad de casar la creciente demanda con una oferta restringida por las sanciones y así contener la inflación y la escalada del dólar pasa por impulsar el turismo, por ahora de los países vecinos. También las visitas de los expatriados sirios que con la violencia ya superada en buena parte del país, el pasado verano han vuelto en masa. Con divisas para ayudar a sus familias también han contribuido a contener el dólar.

Su paso se notaba en el hecho de que terminada la temporada vacacional, resultase imposible adquirir una camiseta de la Selección Nacional de Fútbol, cuyos jugadores son conocidos popularmente como “Las Águilas de Qasioun” por el legendario monte que protege Damasco, o de cualquier equipo de fútbol local. A un precio de entre 2500 y 3000 liras, los expatriados en Qatar, Kuwait y otros países de la región pero también los de América Latina se las llevaron todas. La falta de insumos como consecuencia del embargo ha impedido renovar el stock con la rapidez que era de esperar. En septiembre el sector textil se ha dedicado a los uniformes y otras prendas escolares.

Cosas de una Siria que ha pasado de soportar la yihad a hacer frente a la guerra económica.

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